El motivador y conferencista mexicano Rafael Ayala, en una de sus visitas a Venezuela, me contó que él vivía con su esposa y sus dos hijas, una de cuatro años y la otra de nueve, en Sinaloa, en una casa que para llegar a la puerta principal, había que subir cinco escalones amplios. Esta descripción cabía para describir el modo peculiar, y muy sano, que entre ellos habían hallado para resolver conflictos entre cualquiera de los miembros, llámese esposa-esposo, padre-hija mayor o menor, madre-hija menor o mayor, hermanas entre sí. A lo que se prende la situación conflictiva, los participantes del conflicto, casi siempre, llamados por un tercero, acuden al tercer escalón de la entrada; allí, lo único importante es que los implicados digan aquello que creen haber hecho mal. Al hacerlo, es una forma de rendirse y de poder ver la situación en su totalidad. Contaba, por ejemplo, que «Una tarde llego a mi casa con mi hija mayor, a quien fui a buscar a su clase de música; al llegar a su cuarto, encuentra sus muñecas despeinadas y fuera de lugar, y sale gritando a la pequeña; la mamá al ver la situación, las envía al tercer escalón y, delante de la madre, la pequeña confesó que sí, que pedía perdón por haber tomado las muñecas de su hermana y despeinarlas. Pero ahora también le tocaba a la supuesta afectada decir lo que había hecho mal, y ésta dijo que pedía perdón por no dejar las muñecas bien guardadas y por ser demasiado celosa con sus cosas, llegando a ser egoísta».

En días pasados, agradeciendo de antemano la gentileza de sus muchísimos correos, con preguntas, sugerencias, y opiniones, José Manuel me escribía muy airado y me decía: «Hola Carlos, gracias por tus artículos, quisiera que me hicieras llegar tus impresiones acerca de este capítulo insólito de mi vida: yo soy viudo sin hijos, tengo cincuenta años, y vivía con mi hermano, de cuarenta; yo pagaba casi todo, él apenas colaboraba, un día lo encontré haciendo maletas, y me dijo que se había casado escondido y que se iba porque conmigo se sentía ahogado. Eso fue hace seis meses, le quité el habla, y me encuentro con una rabia que no sé qué hacer con ella, ¿Cómo crees tú que debo tratar a ese mal agradecido?, ¿Crees que sería la mujercita con quien se casó la causante? Te juro que me está haciendo mucho daño. Gracias anticipadas por tu tiempo en contestarme».

Amigo José Manuel, la rabia siempre esconde un profundo dolor que tapamos, es cierto que, en tu percepción, tu hermano puede haberte traicionado con su actitud, pero esto es la punta de un hielo que hay que revisar con el coraje de quien, queriéndolo o no, está involucrado en la relación, así que es inminente, si tu prioridad es crecer y tener paz contigo, que bajes la cabeza, te rindas, y te sientes en EL TERCER ESCALÓN, de lo contrario, los malos seguirán creciendo dentro de nosotros, y esto nos obliga a sentirnos buenos y, como tal, a no crecer, sino envenenarnos de la ofensa.

Todos a sentarnos en el tercer escalón.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga