Hace poco fuimos testigos de varios hechos de violencia que enlutaron a la familia venezolana. De éstos surgieron voces de humana indignación, tristeza, repudio y éstas, a su vez, dieron lugar a eventos de distinta índole que expresaron un descontento ciudadano ante muchas cosas que no andan bien.

Para escribir este artículo, he esperado que pase un poco el tiempo y se asienten las reflexiones, mas, nunca el olvido. Muchos fueron los colegas comunicadores que me pidieron un mensaje de aliento, de esperanza y hoy ese mismo mensaje, también macerado en mí, se los traigo, advirtiéndoles que es simplemente un pensamiento, mas no una verdad, no poseo verdades, simplemente esperanzas.

Cuando hechos tan dolorosos y tan cruentos nos asaltan, quedamos todos presos del delito, de la muerte, del pánico, y si bien en la anatomía del sentir, pasamos por la primera etapa del shock para luego pasar a la expresión emocional o catarsis y llegar a lo único valioso que nos puede dejar un hecho tan doloroso: la decisión, que no es más que el producto de no sólo ver lo duro del afuera, sino incluirme, ser parte de, y saber que en mí comienza y termina la vida, por lo menos en este cuerpo.

Es en este aspecto que quiero subrayar la reflexión. Si bien es cierto, y el sol no se puede ocultar con un dedo, que dentro de las cúpulas gubernamentales algunos servidores públicos exhiben un lenguaje grosero, revanchista, de permanente afrenta y que, por ende, incita a la violencia de ciudadanos en pro y contra, tampoco es mentira que la respuesta adoptada por la oposición es igualmente violenta, llenando su lenguaje de ironías, incisiones, tonos iracundos y de palabras sentenciosas. Estas dos posiciones, de alguna manera nos incluyen a todos, y como es de suponer, estas actitudes, se nos quedan pegadas del alma y, sin darnos cuenta, vamos sumergiendo nuestra cotidianidad, nuestros afectos importantes y nuestro entorno en esta atmósfera tan poco nutritiva y, por demás, oscura.

Por todo esto, y respetando las razones de propios y ajenos; los penosos y trágicos decesos del Sr. Sindoni, de los hermanos Faddoul y su chofer Miguel Rivas, y los otros muertos violentos con menos ruido, nos están sonando alarmas muy importantes y urgentes que requieren de una concienzuda y amorosa atención para poner manos a la obra en nuestra violencia interna, expresada inconscientemente en nuestro lenguaje, en nuestras expresiones, en lo que vemos y oímos, lo que percibimos de otros, en lo que no entendemos.

Es urgente tomar conciencia de este flagelo silente que viene tomando por asalto nuestras vidas y que también nos ha raptado y está pidiendo negociar. Si bien es válido exigir una mayor seguridad y nuestro legítimo derecho a la paz, se nos hace inminente crear un nicho para que ésta se asiente, y eso es un trabajo individual y de tiempo de amor con nosotros.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga