A veces, sobre todo cuando nos encontramos sumergidos en recuerdos repetitivos de una relación que dijo hace tiempo: «Yaaaaaaaa», y que de buena o mala manera nos dejó fuera de ese ámbito al que tanto trabajo, tiempo y entrañas le dimos, se nos vuelve una carga muy pesada que pareciera no nos podemos quitar de encima.

Es aquí cuando nuestros deseos se visten de ingenuidad, y soñamos cosas insensatas e infantiles, como: «Me llegará alguien que me quite a esta persona del corazón», «Si tuviera dinero para irme muy lejos y olvidar todo esto». Estos anhelos se convierten en posibilidades remotas y sin ningún principio de realidad, y menos de ponerse al servicio nuestro, salvo con el muy dañino salvoconducto de no vivir el vacío, el dolor, lo incierto, para que en un tempo sin tiempo, abone el terreno emocional y me devuelva listo, pero nunca igual. Esto necesita madurez, sentido evolutivo, amor por uno mismo y mucho coraje, cualidades estas que la cultura nos niega, dejándonos huérfanos, aferrados a sueños imposibles y con el pensamiento reiterativo de que nadie me amará nunca más.

Entiendo que este planteamiento no es ni fácil, ni libre de dolor, pero es esta herida la que nos permitirá crecer, saber que el quedarme tranquilo es el reposo que requiere el alma para fertilizar y humedecer la tierra nueva, para regalarme nuevas y actuales herramientas, para voltear y sacar de esa dura experiencia lo que me sirva, aún llenándome las manos de excremento para el gran hallazgo de lo nutritivo.

El olvido siempre es muerte, lo muerto no crece, entrañar olvido, desearlo, pedírselo a la vida es un bálsamo que muy poco puede hacer por nosotros. Es por esta necesidad de olvidar, entendiéndolo como un manto que paso y no queda nada, que tropezamos una y mil veces con la misma piedra. Es al contrario, permítaseme no olvidar lo esencial de esto, la lección. Lo demás, la anécdota, los detalles, eso se lo lleva la vida, solito, afortunadamente, pero el resto jamás.

Por todo lo anterior, cuando nos encontramos en estos mares turbulentos, la disciplina es materia obligada. Entendamos esta palabra como sinónimo de orden, nunca de rigor. Así, es importante establecer pactos claros con uno mismo, sabiéndose enfermo de desamor, éstos consisten en regalarse los lapsos de tiempo necesario, en los cuales evitaré los acercamientos cotidianos con este amor que no está, desconectaré mi energía de pensamiento reiterativo, desconectándome de imágenes sensoriales que me sumerjan en lo mismo, etc. Y, sobre todo, dentro de ese orden, mantendré gentileza en mi proceso y el mayor amor propio posible, sin dejar de, cuando vuelva el sol a mi corazón, aprovechar la luz para ver lo que realmente me llevó a esto.

Y no olvidemos que existe un elixir maravilloso en este proceso una vez decantado: el perdón, sobre todo y primero, a uno mismo. Allí comienza la reconstrucción.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga