En un pueblo llanero alguien me contaba que uno de sus habitantes, hoy anciano, fue famoso por conquistador y mujeriego, pero lo curioso es que era impresionantemente feo (Al punto de asustar a los niños), pero poseía un asombroso don de palabra y ponía a las damas a sus pies, lo que dio lugar a la declaración de dos reglas de oro para levantar mujeres: 1) Llegar tarde a las fiestas o celebraciones, y pasar desapercibido, para que el ataque sea sorpresivo; y 2) Hablarle a las damas bien cerquita del rostro para que no detallen lo que ven, sino se concentren sólo en lo que escuchan. Estos preceptos vienen a colación a propósito de una participante de uno de mis cursos, quien emocionada ante la participación de otra señora -que expresaba lo dolida que se encontraba porque su hijo de veintidós años le había dicho en una discusión que era una madre egoísta y que sólo vivía para ella- le dijo «Amiga, yo tengo cuatro varones, el menor de dieciocho años, y el único que vive conmigo, los demás están fuera del país, he tenido todo tipo de pleitos con el menor, porque luego de la muerte de su padre, no ha querido hacer nada, y siempre termina diciéndome expresiones como las que usted refiere, pero anoche fue el cumpleaños de mi segundo hijo que está en Boston, y cuando lo llamé para felicitarlo, me dijo que ahora, con más de un año fuera de casa, él acepta y venera lo buena, cariñosa, y entregada que he sido como madre, pero que esto hubiera sido muy difícil verlo mientras estuviera en casa conviviendo conmigo, pero que a la distancia, en medio de sus soledades, no sólo me entiende, sino que me agradece; así que entendí que lo del «Nido vacío» también tiene su por qué y que, a veces, alejarse permite ver todo con la claridad necesaria».

Cuando me toca explicar lo que yo hago en terapia, les metaforizo la labor haciendo símil con un juego de fútbol: en el estadio, estando en el lado de mi equipo favorito, veré una parte de lo que sucede y todo estará empañado por la pasión, que influye en lo que soy capaz de percibir.

Permitirse la distancia adecuada para ver lo verdadero es signo de un buen crítico de arte, de un buen amante y de un interesado, pero, sobre todo, de quien quiere resolver algo y crecer en ello. No se confunda, por favor, con escapar, pues esto es huir, y lo que se quiere es la distancia adecuada para, a igual que quien padece presbicia, ver la letra pequeña.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga