Sin duda, frases como éstas generan duda y hasta confusión, pero cuando nos sumergimos en el significado vemos claramente lo que nos grita. Mucho he hablado acerca del amor, y creo que falta mucho aún, pues es una expresión emocional, la cual se ha dulcificado y de la que la literatura y el arte han mitificado al punto de que, en estos tiempos, la gente pide amor, reza por amor, como aquel elixir que acabará con esta situación terrible y traerá el color a nuestra vidas. De allí que estar enamorado ha pasado a ser esa sensación única que nos pone por encima de todo, más allá de cualquier situación y en un privilegiado pináculo del sentir. Ahora, sin quitarle su «Magia» a este enamoramiento anhelado, no cabe duda que cuando caemos en las fauces de este animal, también comienzan a brotar en nosotros una serie de características que guardábamos con mucho sigilo, o que por el contrario, no teníamos ni la menos idea de poseer.

Comparto con ustedes una imagen que creo clara, imaginemos una ponchera de agua sucia, con grasa, mugre; y llega uno de estos lavaplatos del mercado y le echamos dos gotas al agua, ¿Qué pasaría?, una aureola comenzaría a envolver a este líquido y emergería toda la materia mugrienta que allí se escondía. Así, sin adjetivar al amor de sucio o limpio, y menos a nosotros, el amor hace el trabajo de la gota de detergente que, de pronto, así como nos abre a la desinhibición, a la alegría, al deseo, también comienza a aparecer la corte de nuestros peores monstruos, representados a veces por la inseguridad que nos da el pensar que sintiendo esto nos puedan dejar, que sea un mal sueño, o que simplemente nos estén engañando; y como respuesta inmediata, unos celos desmedidos, una necesidad de absorber a la otra persona, de perder conciencia de nosotros, del mundo, de hacer cosas inimaginables, de pasar de la más loca alegría a la más ensordecedora tristeza, etc. Bien se dice que un ser enamorado es simplemente un poseído, pero esta posesión saca cosas nuestras que no las siembra el amor, simplemente las detona, pero que estaban quizás dormidas en nuestras zonas más sombrías.

Plutarco hablaba de la miel y la hiel del amor. Eros, el hijo de Afrodita, era enviado por ésta a flechar a las mujeres bellas para quitarles conciencia. Lograr de este estado una suerte de inventario de nuestras zonas sombrías, de las zonas perversas, de lo que se mueve en cada uno, dejándonos a la deriva en alguno de nuestros controles emocionales primarios, puede dejar conocernos más de cerca y de una forma más clara.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga