Estos tres adjetivos definen claramente el ideal de esa persona con la que quisiéramos relacionarnos; a la vez, es lo que nuestra fantasía alberga con respecto a lo que sería ideal que pensaran de nosotros. Por lo tanto, y consecuente con nuestra crianza para convertirnos en «Buenos», aunque poco importa si felices, hacemos esfuerzos titánicos, nos arrollamos una y mil veces, nos traicionamos, pero cumplimos con la mayor y, esperamos, más taquillera, de las «Misiones imposibles», la de que todos sepan, ratifiquen y difundan lo chévere, buenos y perfectos que somos.
Pero esto va convirtiéndose en el faro, en lo buscado, por lo tanto, al igual que en los carnavales infantiles, en el difraz de moda; quedando todos metidos en esa faja apretada, informe y poco natural que representa este ideal heredado, que ni siquiera nos atrevemos a masticarlo, rumiarlo y mezclarlo para ver qué tipo de chévere, de bueno y de perfecto quiero ser yo, cómo es todo eso en mí, y cómo lo llevo con este mar de sombras, monstruos y bichos que todos contenemos.
Según una terapeuta amiga, «Siempre la mitad de las personas va a criticarte, no importa lo que hagas; la otra mitad te va apoyará y dará la razón, no importa lo que hagas, entonces, ¿Porqué no hacemos lo que nos da la gana?». Quizás sería anárquico y hasta ególatra hacerlo así, pero sí hay puntos medios que resultan en especial interesantes para digerir las cosas.
Una paciente llegó a mi consulta con un fuerte dolor de cabeza y malestar, producto del exceso de bebida y comida del día anterior, de allí arrancó su intervención: «Fui a caminar al parque, me sentía débil y con ganas de llegar a mi casa y acostarme, cuando me monto en el carro me llama mi marido y me dice que están en la mesa de la casa, junto a mis dos hijos y el vecino que es muy simpático y van a jugar cartas y a abrir unos vinos, que me esperan para arrancar, en ese momento mi cuerpo gritó: ¡NOOOOO!, no dije nada y me fui a casa, puse mi mejor sonrisa, me senté y, fíjate, al rato me integré chévere, pero algo pasó porque hoy me siento morir. Entonces Carlos, ¿Cómo se hace?, porque no les voy a aguar la velada a los seres que más amo». Le contesté que justamente el pensar en adjetivos (Bueno, malo, chévere, aguada) es lo que tranca el juego. Se trataba de advertirles que los acompañas un rato porque no te sentías bien y que cuando te ausentaras, quedaban en su casa; así podías quedarte apegada a lo que sientes, sin dramas, ni anarquías con los que amas. Yo entiendo que no es fácil, pero sólo aprendemos de la equivocación. Así que ahora gritemos fuerte: POR ENCIMA DE TODO, QUIERO SER YO.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga