Si bien a veces es dura, nos hace rabiar y nos llega a hacer pensar que no podemos, la dificultad es dadora de crecimiento, de movilidad que pueden hacer de un oficio, relación u objetivo un tesoro difícil de prever en todos sus dones. Comencemos por definirla como un aspecto que no fluye, que se atasca, y que rompe con nuestras acariciadas expectativas. Cuando trabajo con parejas o me refiero a relaciones, digo siempre algo antipático pero mi experiencia me dice que sin la dificultad es muy difícil hacer del mundo relacional algo fértil y con posibilidades humanas para crecer.
Ahora, cuando ésta se convierte en carga, que se refiere a callar, soportar o sacrificarse en aras de algo, ya cambiamos, sobre todo en una relación de pareja, crecimiento por resentimiento, trabajo por abnegación, amor por poder. Quien carga y no conlleva niega su poder transformador y acumula el suficiente resentimiento para, luego del hartazgo, declarar: «Es que me cansé de dar», o «Es que él/la única(o) que daba era yo».
Hay que entender la dificultad como algo necesario que permitirá que ese compendio humano, tan desagradable como necesario, brote en formas llenas de riquezas como crisis, conflictos, desacuerdos, que conducen a un continuar el trabajo para darle forma a esa dificultad, hasta integrarla como un factor de movimiento.
Es fundamental salir de ideas de paraísos, donde nos encontramos con las mal llamadas «Almas gemelas» y caminamos con facilidad y fluidez. ¡Cuidado! Una relación sin dificultad implica: o que alguien se la tragó o que está fingiendo que nada pasa, o que algo está por reventar en las manos del más ingenuo.
No existe relación sin dificultad, lo que existen son seres que en su empeño de ver el edén perdido en todo, subliman el escollo y lo ignoran, hasta que éste se encarga de hacerse notar, y quizás sea muy tarde para tragárnoslo y muy difícil de trabajarlo.
Honremos la dificultad, y no permitamos que pase a convertirse en carga para la vida.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga