Ya no nos conformamos con leer sobre auto-ayuda, psicología, o hábitos para ser mejor; sino que hemos elevado nuestras aspiraciones a la terapéutica, buscando un porqué a todo y a todos; llegando a desesperar a cualquiera que pueda caer en las despiadadas garras analíticas y dueñas de términos rebuscados y perfectos, que podrían dejar boquiabierto a algún incauto, desesperado de que alguien le interprete algo.

Tal es la necesidad de encontrar porqués, que ya no sabemos qué hacer con ellos, llegando madres a la consulta con discursos como éstos: «He sido una madre lo más eficiente y proactiva que se puede ser; entiendo que mi hijo Pedro Luis, el mayor, nació por fórceps, tiene un síndrome de abandono temprano y un cuadro de narcisismo evidente que hace muy frustrante el vínculo padre-hijo, cuando lo sacas del contexto de la adulación. Así que Pedro Luis es mi problema».

Asombrado por tan elocuente discurso, ingenuamente le digo: «Y, con respecto a tu hijo, ¿Te ha servido de algo saber todos esos detalles? Digo, ¿Has podido resolver algo con ello?» A lo que me increpa: – «Pero claro, me permite conversar con él, encontrar nuevos caminos, seguir hurgando, protegerlo de su padre y entenderlo». Blandiendo mis más inocentes recursos teatrales repregunto: «¿Has sentido en este «Hurgar» mejoría alguna?». «No, responde, ni esa era la idea, para eso te busco; a mí me interesa saber y profundizar en el mundo de mi hijo, por eso sé qué le pasa y sus respectivos porqués».

Casos como la madre de Pedro Luis me inspiran respeto, pero a veces les tengo que hablar claro y duro. Cuando vi a Pedro Luis como paciente, era evidente su desamparo, debido al deseo de su madre de entender sus carencias, en lugar de acercarse a proveerlas, de encontrar porqués y no sentir los para qué.

Cuidado con esa trampa común, los hijos NO requieren de madres analistas, maestras, o consejeras, simplemente necesitan MADRES.

Zapatero a su zapato.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga