En un diplomado de vinos y gastronomía, en el que tuve la suerte de participar, conocí a uno de esos docentes que, debido a su pasión y amor por lo que hace, impactó mi corazón de manera especial, se trata de Víctor Moreno padre. En algunas de sus apasionantes clases, me hizo comprender que el único ser vivo que cocina es el hombre, y eso marca un sello distintivo, realmente importante.

Podríamos deducir entonces, y esto es mío, que el hombre posee y requiere transformar aquello que toca, que ingiere y que le interesa. Esa capacidad de comprar los alimentos, llevarlos a la cocina, lavarlos, cortarlos y encender los fogones para su transformación, para nada difiere de lo que hacemos con una emoción, una situación, un cambio y hasta con lo que podríamos considerar una fatalidad.

Al principio, necesitamos fuego lento (paciencia), vigilar el cocimiento (estar alerta), abrir la olla (enfrentar), revolver (tocar emociones), probar (volver al suceso), añadir o disminuir ingredientes (concienciar), volver a tapar, y bajar o subir el fuego (saber que el proceso aún no está listo).

Por supuesto, que lo que referí arriba sería el mejor de los casos; en los peores y, lamentablemente, los más comunes, utilizamos lo que tenemos en la nevera (no necesito a nadie), prendemos el fogón a toda mecha (mientras más rápido, mejor), buscamos quien lo cocine por nosotros (buscamos, más que ayuda, a quien decida y nos convenza que fuimos buenos), y nos desaparecemos hasta que huela a quemado, o mamá nos mande comidita hecha (utilizamos cualquier técnica superficial para que nos duela menos y salgamos rápido del dolor o emoción).

Esta metáfora recrea, muy claramente, nuestra conciencia ante el crecer, que en nada difiere al cocinar, y que terminará en un rico olor, un mejor sabor que me nutrirá a mí y a todos lo que se nutren de mí. De lo contrario, tendré que repetir una y otra vez la misma receta, porque lo que me estoy comiendo no se integra, o me la terminó preparando un brujo o un libro que leí, o una amiga que le pasó lo mismo, o simplemente mi mamá que siempre cocina por mí, pero yo siempre estuve ausente de mi proceso.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga