Hace algunas semanas les hablé del comenzar. En el nuevo, y algo perverso, código de la auto ayuda, el cual mas que atacar, hay que aclarar, es ideal la máscara de la auto seguridad, proponiendo entonces, la erradicación total del miedo, visto éste como el mayor enemigo, Por lo tanto, nos llenamos la boca definiendo a alguien o, simplemente, definiéndonos como seres llenos de seguridad; y les aseguro, no hay nada más peligroso y falto de humanidad que ese sentirse totalmente seguros.

Quien proclama esa seguridad adueñada, deja de vivir el proceso, deja de experimentarlo en sí mismo, de confrontarlo una y mil veces en sus propias entrañas, para así, medirlo desde el sentir, lo que permitirá vivirlo íntegramente. Por eso hay quien vive los procesos y hay quien es vivido por los procesos.

El miedo, tan satanizado, no es más que un gran aliado en todo inicio, éste permite que nos conectemos a nosotros, que sintamos nuestra vulnerabilidad y eso, nos mantenga pegados a un rastro humano que, inmediatamente, crea empatía. Quien reconoce su miedo, aunque sea en un pequeño porcentaje, se acerca a sí y se preserva, se cuida, se relenta, permitiendo así, no apartarnos del guiso que está en la hornilla a fuego lento.

Quien, en cambio, vive estos comienzos, llevándose todo por delante, luciendo una armadura lustrosa que encandila a los ingenuos que aplauden las hazañas, se pierde una parte sustancial de sí mismos en estos andares iniciáticos, y deja que su ego sea el que protagonice una acción que poca posibilidad tiene de trascender en él. Si lo lleváramos a la metáfora de la cocina, sería igual a quien saca un alimento del fuego lento y lo lleva al micro-onda, porque ya la paciencia se le agotó. Esto, es un proceso súbitamente interrumpido, que tendrá sus consecuencias en el sabor, la textura y, si quitamos las máscaras, también en la apariencia del plato que se servirá.

Comenzar, debería estar antecedido por ese ritual parecido al que hacemos cuando vamos de viaje; que no es otro que llenar una maleta con los implementos necesarios y adecuados para que nada falte en nuestro recorrido; así mismo quien comienza algo, debiera sentarse a ver qué lleva en su maleta y cuan adecuado será para sí mismo, ante todo, la utilización sólo de los recursos de aplauso colectivo, y no la fuente de humanidad, que implica el fardo de debilidades que todos albergamos, y que, al fin y al cabo, nos marcan como humanos, sensibles y, siempre, en proceso de transformación.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga