En este mundo de valores invertidos, el ser suave y chévere pareciera que es bien visto y, seguramente, más digerible por todos. Lo que se pierde de vista con esta consideración es el altísimo precio que se paga por esta actitud que, casi siempre, nos da la espalda, haciendo que los demás, apoyados en estas cualidades, se sientan relajados y pasen de largo nuestra propia valía, dando por sentado que, ante cualquier abuso, descuido, o irregularidad, sacaremos nuestra careta de comprensivos, y diremos expresiones como: «No se preocupen, yo sé como es esto, no importa». Los demás respirarán hondo y dirán: «Menos mal que este bolsa tiene tiempo y energía que perder», por supuesto, envuelto en un educadísimo lugar común como: «Gracias por su comprensión y su paciencia».

Con esto, no es mi intención estimular a los «Quejones crónicos», sino que tomemos en cuenta que cuando no nos cuidamos, cuando no estamos en alerta con nosotros mismos, dejamos que la parte depredadora de los otros se active, y nos encontramos quedando muy bien con el mundo, y pésimamente con nosotros mismos.

Es importante recordar que en cada ser humano habita un depredador al acecho y que está dispuesto a agarrar su presa y no soltarla. Si no me creen, o piensan que esto es muy cruel, vean el comportamiento de un bebé, tras la debilidad de la madre, o de un enamorado, enganchado en la debilidad del otro o, de un jefe que sabe que puede humillar a un empleado por la debilidad de éste ante sus urgencias económicas, etc.

Lo importante de cuidarse es mantenerte alerta contigo, respetándote y exigiendo respeto, diciéndole al mundo: «Puedo ser chévere y comprensivo, sólo si antes tú eres comprensivo y chévere conmigo».

En las relaciones esto es clave y el principio para establecer los límites. Si lo llevamos a una imagen, sería como saber que el en jardín de mi vecino merodea un perro muy fiero, pero a la vez muy fiel a él, por lo tanto, para ir a esa casa, debo comenzar por tocar el timbre, esperar que abran y que le den la respectiva orden al can para que no me ataque. Ese respeto del orden y los límites de cada quien permitirá que un país, una comunidad y un individuo permanezcan apegados a sí y no paguen el alto precio de traicionarse a cuenta de ser chéveres.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga