«Lo que gratis se da, fácil se pierde», me comentaba un amigo que, emocionado, me llevó a visitar su centro de música en el interior del país. Me explicaba entusiasta que él le daba un diezmo al Universo, es decir, que por cada diez alumnos becaba a uno, y que hoy día estaba a su máxima capacidad: cincuenta alumnos, cinco becados. A lo que salió, luego de admirar su gesto, mi ingenua pregunta: – «¿Y qué tal los becados?» Mi amigo arrugó la cara y me dijo que en diez años de trabajo, había recibido las mayores satisfacciones de sus alumnos regulares, pero que los becados, por regla general, no le habían deparado más que dolores de cabeza. Le sugerí que una vez al año hiciera concursos de música, cuyo premio fueran las becas, y le gustó la idea porque aquello de «Vente a mi escuela, yo te enseño y no pagas nada», no había dado otra cosa que frustración. Por mí parte, en quince años de trabajo, hablando y trabajando con grupos humanos, podría concluir lo mismo: aquellos que entran gratis o no concluyen, o simplemente no generan cambios.
Esto está ligado a la acción básica de apostar. Si bien hemos recalcado que el amor que florece es el que lleva atención y tiempo, este amor requiere de la acción de apostar. Cuando yo, con esfuerzo o no, apuesto a sacar mi dinero o apuesto a ganador en una competencia por una beca, mi acción de enganche, mi fuerza de atención y de tiempo, está garantizada. Esa apuesta no es más que una inversión de interés que se convierte en fuerza y abre caminos para el objetivo. Cuando, por el contrario, se carece de esta fuerza de ataque, no hay inversión, y se nos vuelve cuesta arriba el generar resultados o prever posibilidades.
Si llevamos esto al amor, cuando apostamos a la persona que nos agrada, nos arriesgamos, nos permitimos vivir ese espacio incierto de: ¿Cuánto durará, cómo nos irá, seré recompensado? Esto genera una inusitada fuerza en la relación que se sustenta, sobre todo, en quien arriesgó. Bien dice la canción «Hey» que interpreta Julio Iglesias: «Siempre es más feliz quien más amó».
Cuando pagamos por algo, bien sea dinero, tiempo, acción, esfuerzo, generamos una energía de inversión que nos confiere la libertad de transformar, de exigir, y de recibir beneficios.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga