Hace días me encontré en el Messenger a una amiga que tenía tiempo sin saludar, cuando le pregunté cómo estaba, me contestó: «Aquí amigo, blanditica, terminé con mi novio, con quien, como sabes, tenía ya tres años, y eso me duele mucho». Luego de conversar y determinar detalles, le di las gracias por la imagen de blandita, porque me parece perfecta para describir lo que uno siente en el duelo, en la tristeza. Al final, me comentó que una amiga en el interior del país le ofreció irse a una hacienda y desconectarse, pero que sentía dudas de si irse o no, por lo que me pidió mi opinión: «Amiga, le dije, sé lo mucho que duele, pero sólo te voy a dar esta imagen: la luz solo surge de la oscuridad». Hubo un largo silencio y brotó luego de ella: «¡Gracias!».

Nuestro miedo al dolor nos ha sumergido en creencias que poco nos ayudan a crecer, madurar y sentir; una de ellas es pensar que sólo de la luz brota la luz, no sé si es cierto o no, pero en la luz es imposible percibir más luz. Por eso hay que vivir la emoción, bajar a nuestros infiernos particulares y salir de ellos transformados, con nuevas herramientas, con una mirada más auto-incluyente, y por qué no, más florecidos.

No se trata de convertirnos en seres tristes: es saber la valiosa información que guarda nuestro mundo emocional y que se expresa con legitimidad, así no les guste a los demás.

De lo contrario, se trata de tapiar la emoción, llenarnos de luz artificial y anestesiarnos, pero a la larga el cuerpo nos llamará la atención, porque podrás engañar a todos, hasta a ti mismo, pero hay partes de ti que no conocen la mentira: la respiración, la digestión y la circulación, así que de ti depende.

Urge salir de la idea de que sólo la vida se nos muestra con colores brillantes y con éxitos y maravillas. Vivir es ese sorteo en donde, entre sombras y luces, nos fortalecemos y adquirimos el más grande y realmente único tesoro: tenernos.

Y cuando no podamos caminar en nuestras oscuridades, pidamos apoyo y sigamos el rumbo que nos marca el camino emocional.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga