Este es, quizás, el más taquillero de los temas, el más hablado, explorado, estudiado, manoseado, pero, sin duda, el menos conversado. Cada vez nos consultan más sobre los problemas en las relaciones sexuales con la pareja, sin encontrar caminos idóneos para plantearlos. Esta necesidad cultural de ser un(a) buen(a) amante, es más fuerte que la necesidad de intimar, de sentirse amado(a), de buscar esa atmósfera que nos da la comodidad de hablar de cómo realmente nos sentimos, de cómo nos gustaría sentirnos y de lo que nos preocupa al hablar de estos temas que delatan nuestros puntos más sensibles.

Esto no es fácil, ni es el producto de intentos inmediatos; al contrario, se logra en ese «Caminar descalzo por un pasillo oscuro, donde hay vidrios», esta imagen podría definir ese entrar en lo realmente íntimo del contacto trascendente con otra persona.

De ahí que ese deseo desmedido de seducir, llegar al coito y salir que nos vende la cultura, nos deja con monosílabos en la boca y nos cierra las puertas de cualquier intento trascendente en mí y en el otro.

Creo que a ciertas edades ya es responsable plantearnos qué nos gusta, qué no nos gusta y hasta qué es no negociable. Sería interesante incluir en la tal manoseada «Educación sexual» lo complejo del camino donde estamos desnudos frente a otro, quien tiene las armas para juzgarnos y hasta ejercer un falso, pero cruel, poder sobre nosotros. En este juego de poder se nos va el tiempo, las ganas, y nos quedamos en las manos de la otra persona, convirtiéndola en contrincante en lugar de amante.

Si para hacer un negocio, transacción o sociedad se conversa acerca de ello entre los implicados, qué nos lo pone tan difícil en el sexo. A veces un «Poco a poco que tengo miedo» puede marcar la diferencia en una relación que no veía más que el deseo de alguien por salir triunfante.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga