Me he negado, a través de este medio, a dar claves, tips, fórmulas u otras generalidades que sólo sirven de atajos o de simplismos evasivos, ante lo que nos toca enfrentar. Pero hay pensamientos necesariamente válidos y universales que, en este corto espacio, funcionan para exponer el tema que hoy quisiera tocar.
La idea básica es: una relación se vuelve un tormento cuando para alguno de los miembros sea más fuerte su miedo a estar solo, que su amor a sí mismo. Estas letras encierran una gran y, a veces, cruel verdad demostrada por mi pequeña estadística. Tengo la suerte de recibir un promedio alto de correos a mi página, la mayoría de consultas muy personales, además de mi consulta privada, mis eventos y mi mundo relacional, y me llama la atención este típico estribillo: – «Tengo tanto tiempo de casada, o de unida, y siento que mi marido, novio, pareja, no me valora». Quizás otras, aderezadas con pensamientos sublimes: «Él es un buen padre y cumple, pero no me toma en cuenta». O más resignadas: «Podría decir que somos una pareja sólida, aunque él no entienda nada de que yo me supere, estudie, me prepare». O las más filósofas: «Entiendo que la vida no es fácil, mas cuando sabemos que venimos a pagar karma en esta encarnación, y que yo sé que a mí me tocó con este hombre que me desprecia, pero reconozco en esa actitud su compensación kármica». O las más sociales: «Soy una mujer realizada, profesional, tres buenos hijos, casa propia, y todo lo que se puede desear, lo único es saber que mi marido, buen padre, responsable, tiene una familia paralela con su secretaria de toda la vida; pero yo no puedo pagar el precio de quedarme sola, ahora que todo está tan difícil».
Todas estas, extraídas de los correos recibidos, sólo nos demuestran lo expresado en el pensamiento introductorio. «Una buena relación sólo puede crecer y florecer cuando, en los dos seres que la integran, es superior el amor a ellos mismos que el terror a quedarse solos».
Por eso, cuando el miedo es mayor, están condenados a quedarse solos, de a poquito.
Para relacionarse, primero lo primero.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga