En los conceptos maniqueos de felicidad no faltan aquellos que expresan que ésta no es más que aprender a resolver los problemas de la vida. Y me pregunto, ¿Acaso siempre no habrá problemas?

Creo que este difícil milagro que llamamos vida necesita de mucho más que simples y esquemáticos conjuradores de problemas, porque una pena, un despecho, una pérdida, una ruina, una enfermedad, no son problemas como tal, son lo que San Juan de la Cruz denominaba: noches oscuras del alma, que no tienen códigos, que no se resuelven como la mayoría cree, sino que ocupan nuestra vida y la sumen en profunda oscuridad, nos pone de rodillas y sólo encontramos descanso cuando, en posición fetal, lloramos hasta dormirnos. Es aquí cuando apelamos a fórmulas aprendidas, a libros, a cómo lo hicieron otros, y todo se convierte en una cobija que, en noches de frío, nos deja los pies descubiertos. Porque no se trata de resolverlos, sino de vivirlos, de tejerlos con sonrisas, con cosas luminosas, con cantos de felicidad.

Esas noches oscuras nos transformarán para siempre. Nunca seremos los mismos cuando regresamos del Hades, de ese sitio oscuro donde nos confinó ese pesar. Y es allí la maravilla, la posibilidad de transformar ese dolor en sensibilidad, en acercamiento, en silencio nutritivo.

La capacidad de andar por la vida dando fórmulas, tips, de cómo se debe vivir cuando, ante una noche oscura del alma, solo cabe una respuesta o consuelo: – «Vívelo, te toca, yo estaré aquí por si me necesitas». Si estás en una noche oscura, vívela, no intentes resolverla, menos borrarla; si la integras, quedará esa cicatriz que te permitirá, con sólo tocarla, decir como el poeta Neruda: «Confieso que he vivido».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga