Siguiendo el hilo de la semana pasada (Las noches oscuras del alma), debo hacerle honor al excelente libro de Thomas Moore, con este título, editado por Urano en 2004, refiriéndome hoy al manoseado tema del crecimiento personal.

Cuando mencionamos esto pareciera que habláramos de una torre que, piso a piso, se levanta ante nuestro asombro por su altura. El tan trillado crecer para llegar no es más que un panfleto que nos complace con la misma inhumanidad de: «Alcanzar, no importa cuánto te cueste», o «No importa que seas un barrendero, pero debes ser el mejor». ¿Se imaginan el mandato tan titánico y agotador de ser el mejor? Nada de eso tiene que ver cuando refiero la actitud de crecer.

El crecer al que hago referencia es evolutivo y tiene que ver con transformación, esa capacidad que nos permite desesperarnos, arrodillarnos, colocarnos en posición fetal -como entregados a una fuerza mayor- y conseguir la serenidad necesaria para calibrar nuestro dolor y ver cómo los rituales de iniciación y finalización destilan su última gota. Todo esto en una noche oscura del alma, en esa transición hacia la luz, cuando el sol se esconde y transita por debajo del mar, en su promesa de amanecer.

Si esta descripción les resultase poco realista, trasládense a la etapa intrauterina, donde, en una oscuridad de nueve meses, el feto se transforma y verá la luz del nacimiento luego de su iniciación, dolorosa a veces, pero ritual iniciático siempre: el estar preparado para esa nueva etapa. La oscuridad permite todo esto, sin embargo, crecemos llenos de miedo a tres elementos que son los auténticos parteros del crecimiento: oscuridad, silencio y quietud. Porque la ironía es que siempre habrá evolución, pero al no hacerla consciente, no nos hacemos chamanes de nuestra propia vida, y nos volvemos repetidores de procesos ya vividos.

Crecer es ese sentarse en la quietud de nuestras mayores oscuridades, sabiendo que el sol está surcando el mar por debajo, y el amanecer llegará aunque luego de él, nunca más seamos los mismos. ¿Te animas a crecer?

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga