Se percibe un lugar común en el anhelar, y en cómo el colectivo forma un coro aprobatorio ante eso, y parece que todo se resumiera en habernos ganado, o no, el premio mayor. Hay quienes vienen de una linda familia, otros logran una funcional pareja, otros un sólido trabajo; otros, en cambio, pareciera que no han tenido suerte y no les ha tocado ninguno de los premios a repartir en este sorteo llamado vida.

Verlo de esa manera tiende a ser muy frustrante y llega a ratificarnos esa sensación inquietante de que Dios ve a algunos con amor y a otros ni siquiera los ve. Esto hay que replantearlo, precisamente para no dejarnos guindando en un estúpido y poco práctico: «No me tocó».

Creo que lo que nos acontece no es controlable, no importa lo que hagamos o dejemos de hacer; lo que sí es clave es la capacidad de saber qué hacemos con lo que nos sucede, y cómo lo convertimos en fortaleza.

Así, los que entienden esto llegan a transformar familias disfuncionales, parejas difíciles, soledades no manejables, condiciones corporales adversas, duelos dolorosos o pérdidas terribles en situaciones manejables, cercanas, amorosas y realmente crecedoras. Y lo hacen porque viven de manera consciente su dolor, tempo, ensayos y errores, que terminan por integrarlos a su vivir y convirtiéndolos en posibilidades.

Una paciente de treinta y un años me contaba la crisis por la que pasaba cuando se sintió ahogada y aburrida luego de tres años de matrimonio, seis de relación, un par de bellos hijos, apartamento propio, profesión, trabajo estable y bien remunerado, marido fiel, bien parecido y entregado. Una noche tomó cartas en el asunto y prendió la luz una madrugada para decir «No puedo más». Ella me expresaba que, durante años, se sintió aterrorizada de gritar y expresar esto, por lo que llegó a somatizar un asma crónica. Y esto debido al miedo de poner en riesgo lo que los demás veían como su premio mayor, del cual hasta ella estaba convencida que lo era, es decir, hizo lo que cualquiera haría ante un gran premio, anularse.

Seamos ganadores de nuestros espacios propios, esos nunca nos tragarán, y son los verdaderos premios.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga