La soledad, la sensación de vacío intermitente, el desasosiego y esa extraña partitura amorosa de «Ni contigo, ni sin ti», nos han obligado a desarrollar una especie de autonomía o autogestión afectiva que, si bien nos permite soportarnos, rebota al otro y sólo nos posibilita habitar en pareja separando los mundos para unirlos en momentos gratos o en situaciones de peligro común.

Si bien valoro la noción de que la pareja crece si en ambos «El amor por mí es superior a mi necesidad de estar contigo», la relación es fundamental en la necesidad, la carencia, en lo que no sé manejar; desde esa vulnerabilidad puedo llamar al otro para que se acerque, y es cuando me podría sentir realmente amado. El amor hacia el otro, y aquí se incluye a cualquier otro, se afirma cuando sabemos que en quien depositamos nuestra afectividad, también necesita, tiene vacíos, zonas que se le dificultan. Puertas estas que se abren para que nos estrechemos con el otro en las diferentes formas afectivas.

Maria Auxiliadora me contaba que estaba viviendo una difícil crisis existencial que la llevó a sentarse con su pareja y decirle lo que le pasaba: que ahora no tenía su vida clara, que se hacía responsable por lo que le sucedía, pero debía vivirla sola, y que no podía garantizar lo que saliera de allí. Esto lo expresaba con un tono de orgullo y de sensación de haber hecho lo correcto. Le pregunté que cómo se sentía con eso y me respondió: «Amigo, ya sé vivir y arrastrar mi carreta sola, y me siento demasiado mal para ver también cómo lo tranquilizo a él».

Quizás muchas veces hayamos sido parte de conversaciones como éstas, sin embargo, mi amiga no le deja ningún espacio a su pareja, el cual sabe que ella puede sola, que ella saldrá, y que lo mejor es dejarla, pero esto rompe los puentes y no permite que ahora, cuando ella está herida y vulnerable, pueda ver a alguien que simplemente le tome la mano. Su miedo se transformó en soberbia, cerró las puertas y la relación pierde en lugar de ganar.

El amor entra siempre por los espacios débiles, vulnerables y heridos: nunca por las áreas fuertes y poderosas. Dejemos que entre y haga su trabajo. La autosuficiencia es una soberbia huérfana de amor.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga