Es indiscutible el poder que guardan las tradiciones. Cuando se habla de unión, sentido de pertenencia, honra a los antepasados; las tradiciones se visten de gala y reciben el aplauso. No podemos olvidar que éstas, forman parte, también, de lo humano, y cada ser que las toca, las convoca, las celebra, les otorga un sentido personal, y es ahí, cuando corremos el peligro de que terminen convertidas en grillos, cárceles, o chantajes emocionales de los cuales no podemos zafarnos fácilmente.

Mauricio es un amigo de veintinueve años, quien logró su independencia de vida, después de algunos intentos fallidos y ciertas manipulaciones de su «hermoso, numeroso y unido» grupo familiar. Un domingo, a la una de la tarde lo llamo, luego de que en una fiesta, la noche anterior, lo viera con una chica y, a propósito de ella, me dijo que estaba muy interesado. Mi intención era solicitarle un favor de trabajo; cuando me contestó estaba muy alterado, fastidiado, a lo que le pregunté si le pasaba algo, me dijo: – «Es que estoy harto de esta rutina dominical de mi familia, son muchos años en que tienes que estar ahí, comer, contar, y no puedes irte hasta el anochecer; justo ahora que me quiero quedar rico en mi casa con mi novia y pasarla bien, no te imaginas cómo me siento». Ante esta realidad, le propuse que los llamara y les dijera que no se sentía bien y que deseaba quedarse en su casa, y me respondió inmediato: – «Será para que me vuelvan loco, me llamen cien veces y me recuerden que nadie sabe si este es el último domingo de mi abuela, o que ya no me interesa la familia, o que mi papá ni siquiera probó la comida por la tristeza de que yo no estuviera; ya me conozco el sermón».

Esta situación, es otra prueba de cómo en un afán de imponer la tradición, la volvemos rígida y poco humana, generando un desagrado por parte de aquellos que se sienten obligados y un malestar para los anfitriones más sensibles, al notar la lejanía de los que sienten el peso de la obligación.

El problema cuando el deber ser nos secuestra, es que perdemos el feeling, el entusiasmo, y eso redundará en apatía, en saltarnos los detalles, y en que el único pensamiento válido sea el cómo librarnos la próxima vez.

Si bien en estas fiestas decembrinas, deseamos estar rodeados de quienes amamos, dejemos un espacio de comodidad al otro, para que pueda conectar su sentir. ¡Y que vivan las tradiciones!

Feliz Navidad para todos.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga