En días pasados, en el conjunto residencial donde habito, se sucedió un hecho lamentable que llegó a indignarme. En uno de los edificios tenemos un vecino que posee una pareja de perros pitbulls en su apartamento (Esa raza que ya ha hecho historia con su particular fiereza y potente mordisco).

El caballero sale con ellos sin cadena alguna, menos bozal, y muchísimo menos bolsa para recoger excrementos, cosa que desde hace tiempo viene siendo tema de conversación en ascensores y puntos de encuentro entre vecinos. Lo sucedido fue que una señora sacaba a su perrito pudell, cuando inesperadamente aparecieron los mencionados animales y, frente de ella, lo destrozaron hasta dejarlo sin vida. El suceso sirvió para enterarme de que este pequeñín era su cuarta víctima en el edificio, algunos con más suerte de no morir, pero quedaban igualmente destrozados. Cuando me enteré, la indignación no me cabía, y me fui a la alcaldía que me corresponde. Allí, un atento funcionario tomó mi denuncia, y cuando yo le narraba lo de la cuarta víctima, él sube la cabeza, revisa su cuaderno y me dice: -«Disculpe, ¿Esos cuatro hechos se han sucedido hace cuánto tiempo?» Buscó diligentemente y me ratificó: – «Ve ciudadano, ese es el problema, aquí sólo está la denuncia de la agraviada, y ahora la de usted, y me dice que en ese conjunto viven más de quinientas personas. ¿Se da cuenta por qué este país anda así? Todos hablan, se lamentan, pero nadie toma acciones, además eso es un derecho». Sentía que aquel joven me cacheteaba.

Soy canófilo, amo a los canes y creo firmemente que un perro es el reflejo directo de su dueño; soy vecino y me indigna sobremanera la indolencia de este dueño, como la de muchos. Ahora entendía que esa rabia me estaba mostrando mi propia indolencia, cuando en nombre de un «Para qué, si nadie hace nada» o «Yo no quiero problemas con nadie, porque tengo hijos». Nos quedamos callados, cómplices, tragándonos la emoción, y dejando que todo siga igual. Somos idénticos al dueño de los pitbulls.

Ahora veo claro pensamientos ante los que me resistía: «Los pueblos avanzan gracias a esos pocos seres que cumplen la responsabilidad de no callar y hacer lo que les corresponde».

Y me viene una dura, pero muy clara frase de Carl Jung: «Lo que no hagamos conciencia, se nos vuelve destino». El país es mucho más que sus gobernantes, el verdadero país somos nosotros.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga