En días pasados me tropecé con la hija de una alumna, quien se me acercó a saludarme. Esta veinteañera acaba de graduarse de economista y está en la flor de su belleza. Cuando se identificó me dijo que en días me recordó especialmente, porque había terminado una relación con un chico que le había interesado desde hacía más de cinco años, sin embargo la relación apenas duró tres meses, cuando ella la terminó.

La anécdota encendió mi curiosidad y brotó la pregunta obligada del por qué de la ruptura, a lo que ella batió su ondulada y cuidada melena, enfocó su par de ojos verdes y me dijo: «Bueno, es que una sabe cuando la gente le vibra, cuando alguien puede hacerte feliz o no». Repregunté, porque me llamó la atención lo de «Hacerme feliz» y me dijo: «Bueno, una sueña con ese hombre que realmente le haga sentir cosas, que fluya en el amor, que mueva la pasión y que te haga saber que él es. Además, como dice mi mamá, al primer beso, la primera salida, o la primera acostada se sabe todo». Yo asentí con respeto, ella se despidió y me dejó aquella sensación rara. Su madre fue dejada por su padre cuando ella tenía tres añitos, y nunca ha podido concretar una relación y esta bella jovencita sueña encontrar a alguien que en menos de una semana le haga sentir lo que en veintitrés años no ha podido experimentar.

¡Cuánto peso ponemos en el otro!, ¡Qué difícil lo ponemos cuando esperamos que en un primer beso sintamos lo que, en mi soledad, he pensado que es amor, o si es lo que se debe sentir!, ¡Qué cuesta arriba para una sexualidad que en el primer encuentro sueña conseguir lo que nadie le ha hecho sentir!, ¡Cuánta velocidad, cuan difícil una vida que no conciba la construcción, el poco a poco, la precariedad, la dificultad! Sin todo esto ¿Acaso cabe hablar de felicidad, plenitud, o de realización?

¿Se imaginan la de golpes que se ha de llevar mi vecinita o de insatisfacciones y frustraciones que ha de vivir, partiendo de conceptos inmediatistas que en ninguna relación humana caben?

Creo que nuestra imperiosa necesidad de sentirnos amados, es proporcional al terror que nos da poner «Manos a la obra» a una verdadera relación. Si no frenamos esos caballos que nos llevan a velocidades inhumanas, poco podremos hacer, cuando al detenernos, caigamos en cuenta de que quien estaba dentro del carruaje era yo mismo.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga