Un conflicto es complejo. Y quizás la anhelada salida, ese tratar de ver la luz, sea el deseo compulsivo que se nos detona. Sin embargo, el ver la luz, muchas veces nada tiene que ver con solucionarlo y sí con vivirlo: nadar las aguas turbulentas y peligrosas que él mismo trae. Aclaro que sé lo difícil de esto, sobre todo si hay situaciones dolorosas implicadas.
Un amigo me contó un conflicto de intrigas y manipulación que había estallado con su suegra, luego de unos traguitos, en una parrilla dominical. Él estaba aterrado, se le había desarrollado una colitis imparable y me decía: «Es que yo diera lo que no tengo si pudiera recoger mis palabras y dejar las cosas así». Entonces le pregunté cuestiones esenciales: 1) «Lo que dijiste ¿lo venías sintiendo y verificando en tu vida y en tu relación con ella?». – Definitivamente sí. 2) Cuando expresaste lo que dijiste ¿Brotó como una fuente imparable, como si lo hubieras tenido trancado tiempo atrás? «. – ¡Claro! 3) «Si tu mujer no estuviera sufriendo… ¿Te importaría un bledo arrepentirte de lo dicho?». Algo más consternado afirmó de inmediato. – «Entonces, quédate ahí un rato, pídele disculpas a tu mujer y un poco de comprensión, pero lo que tú expresaste es legítimo y necesita pasar por ese río turbulento un rato. Si te quedas, convertirás lo sucedido en tierra fértil: quizás ganando espacio, respeto, límites o lo peor: una dura lejanía de tu suegra, pero eso se estaba cocinando en ti y, en lugar de hacerlo de una manera inconsciente, encontraste la situación para expresarlo».
En este caso, yo no sé si lo que dijo él es bueno o malo, si es armónico o no, grosero o no, porque el resultado de esta disputa me tiene, como terapeuta, sin cuidado; lo que me parece de oro es el proceso, la solución viene sola: me decía aterrado que me imagine que la suegra no le hable más, en lo que se convertirían las fiestas familiares, el cuidado de los hijos, etc. Eso es meramente estructural, lo sustancial es que él está marcando su línea de respeto que es necesario mostrar para que los otros frenen ahí mismo.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga