Hoy el mundo carece de distancias para comunicarnos, pero al corazón del otro le perdimos el rumbo, por eso las relaciones agonizan en los rincones. En nuestro deseo de protegernos, esgrimimos el poder como forma de comunicarnos, entonces dejamos al oyente sin saber si escucharnos o defenderse, y todo esto se agudiza cuando tocamos la afectividad.
Marcos, padre de Juan José, adolescente de dieciséis años, respira hondo para reprimir su ira ante otro boletín trimestral teñido de rojo. Entra al cuarto del joven, interrumpe un chateo entre panas, y arranca: «Chico, hasta cuándo esto, a quién saliste tan vago e irresponsable, si lo que tú has visto en esta casa es trabajo, responsabilidad. ¿Entonces? Lo que me falta es quitarte la bendita computadora esa a ver si dejas la vagancia. Yo, la verdad, no sé qué vamos a hacer contigo, pero tú te me gradúas así sea a palos».
En todo este monólogo, quizás justificable, en ningún momento habló con su hijo, sólo hablo de su hijo. ¿Y saben ustedes qué irrita? Cuando alguien con autoridad habla mal de ti y en tu propia cara; por lo tanto, el resultado no es más que una descarga para el padre y una información, ya sabida, para Juan. En ese encuentro no se estimularon cambios, sólo se esgrimieron las defensas. En lo que sería sensato detenerse es: ¿Y si a ese adolescente le pasara algo, si está afrontando una situación difícil en su vida escolar, social o afectiva, si se siente triste, solo, disgustado, o si simplemente encuentra esa manera de llamar la atención a unos padres que sólo parecen detenerse en los resultados mas no en los procesos?
Varias veces he mencionado el dulce pero difícil método de preguntar. Éste nos permite detenernos y darle un chance al amor: «¿Qué te pasó, estás pasando por algo que quieras compartir, puedo ayudarte, qué hacemos con estos resultados preocupantes, te podría apoyar para que esto no se repitiera?». Quizás, en principio, sorprendas a tu hijo, pero dejarás la huella de que hablaste con él. Te aseguro que, independientemente de las notas, iniciarás un camino fértil para la relación. Esto se aplica a parejas, empleados, jefes, amigos, vecinos, etc. Porque no hay nada más grato y humano que nos incluyan con respeto y amor en lo que nos comunican.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga