Esta frase la decían en mi casa, luego de algún reproche, ante el trillado argumento de: «Pero si yo te quiero mucho». Así se me quedó en el archivo emocional, cuando oigo desenvainar al amor como el arma que nos queda.

Entonces hablemos del amor. ¿Sabían ustedes que algo que se dice, aparece o se muestra por televisión es por lo menos cuatrocientas veinticinco veces más potente que a través de cualquier otro medio?, ¿Sabían que -aparte de la nevera- el electrodoméstico que más permanece encendido, y al cual le prestamos mayor atención es al televisor? Entonces, ¿Saben desde cuándo un canal de televisión privado o público no produce una campaña ciudadana, referida a cualquiera de los comportamientos que abundan en nuestras urbes? Pues, la última campaña como tal que se recuerde fue la de la Fundación Cultural Venevisión, en la imagen de Martha Rodríguez Miranda, que terminó en 1995, hace doce años; también la de PDVSA, que produjo unos excelentes micros con el lema «Cuidar es querer», que terminaron en los albores de los noventa.

No quiero obviar una pequeña campaña, lo digo por su frecuencia y poquísima continuidad que el año pasado lanzó la Alcaldía de Caracas, en torno a la basura. Ahora, si nos guiamos por fechas, llevamos más de doce años sin que la televisión privada, y menos la pública, aporten al país una campaña decente que pueda, a través de su poder comunicacional, enseñar, orientar y motivar a una población que consume desmedidamente sus productos, programas y peleas privadas.

Y así, desenvainamos la espada, en nombre del amor al país, por la defensa de una dignidad; tenemos que comenzar por lo primero: hoy, con tantos canales nacionales, estamos ante la ausencia de la obra útil, de la semilla para algo mejor. Un país lo hace su gente, no sus gobernantes y filosofías. Sin gente que entienda la ciudadanía desde el derecho y el deber, hará muy difícil la siembra.

Entonces, señores de los medios televisivos públicos y privados: ¿Dónde está el amor? Esto simplemente es un llamado a la reflexión de lo que es claro, de lo que está ahí, y que los metidos en las profundas filosofías del capital o de cambio, no logran ver, quizás por obvio.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga