Cuando me tropiezo con sucesos de traición, inconformidad o sexualidad sin eros, me vuelvo a meter en el profundo, complejo y humano tema de la intimidad. Definitivamente, detrás de eso, está algo quebrajado allí. Y poco tiene que ver con los consabidos argumentos de falta de compromiso, inconsciencia, machismo, etc.
El tema de la intimidad deja por fuera al hombre de nuestra cultura, esto debido a dos factores fundamentales: 1) la falta de una referencia masculina emocional y 2) la necesidad de la madre de ocupar los roles en ausencia del padre, ahogando al hombre, pidiéndole que sea «el macho», pero que sienta y exprese su componente emocional como mujer. Esto lo hostiliza, lo cierra y lo impulsa a correr en busca de su padre, y éste (conocido o no) siempre se encuentra en el trabajo, en la producción, en la competitividad, por lo tanto, el «hacer», se convierte en el único sitio seguro donde este hombre puede refugiarse, ante las exigencias emocionales. Allí comienza la desesperación de la mujer, al sentir al hombre ausente. Y todo esto es cierto, pero sólo nos indica que queda un difícil camino en la búsqueda de la intimidad, porque es en ella donde nos descubrimos, nos derrumbamos, nace y crece eros, y donde encontramos el «hogar y cobijo interno» que un día perdimos.
Hace unos años pidió una cita una pareja, con dieciocho años juntos: ella, llena de rabia ante el mutismo de él que no veía lo mucho que ella hacía; él, resignado, sólo expresaba: «No olvides las canillas». A la tercera vez, interrumpo y le pregunto que a qué canillas se refiere, y me responde: «Soy diabético desde los quince años, no como harinas, sin embargo llevo dieciocho años llegando a mi casa con los panes canilla para la cena de ellos, y ni se imaginan por las que paso a veces». Ella me miraba para que yo viera la estupidez del argumento de él, pero, en ningún momento se detuvo en lo simbólico, en lo importante que también era ese acto amoroso de llevarles el pan contra viento y marea. Allí se abría un camino, ella no lo podía ver, su acuse de factura era demasiado pesado, y también tenía razón. Pero la intimidad no estaba, no importaba cuántas veces hicieran el amor, se regalaran cosas: habían roto el único camino importante, el que nos lleva al corazón del otro, porque allí, y solo allí, está el nuestro a salvo.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga