Este tema, lejos de ser una guerra entre sexos, surge de una expresada o tácita soledad y sensación de invisibilidad que siente la mujer con respecto al hombre; de la frustración, miedo y culpa que siente el hombre cuando alguno de ellos toca terrenos emocionales en cualquier ámbito de la relación humana.
En mis charlas y escritos no dejo de pulsar esta herida que ha dejado al hombre emocionalmente castrado y a la mujer con una injusta carga emocional con la que, al tocar terrenos masculinos, sólo destila frustración.
Esto no ha sido mitigado ni por la 4×4, ni por la supermujer. Tampoco los métodos de hacerse ver (llámense implantes voluptuosos), han conseguido llamar la atención de un hombre que juega al indiferente, al que se distrae, de puro miedo a hacerlo mal de nuevo.
Mi intención es que despertemos a una reflexión más incluyente, más cercana, más respetuosa, pensando en el futuro de la pareja y la familia. Todo esto nos lleva a pensar que solos nos podemos autosatisfacer, autoestimular, creando una parálisis y una comodidad que se que enconcha en un miedo a desarmar este «superjeep» y ver qué estaremos haciendo para que mi par se aleje.
Una amiga me contaba que el fin de semana pasado había sido muy difícil en lo laboral, y que se sintió muy triste; en eso, suena la cerradura y era su único hijo de veintidós años que regresaba de Aruba; entró, le dio un beso volado y dejó una cajita con quesos y un perfume, diciéndole «Mami, lo que te gusta». Se metió a su cuarto a bañarse, dejando a la madre perpleja por el hecho de no haberse detenido a mirarla siquiera, cuando lo que ella necesitaba era un abrazo cariñoso.
En su queja estaban estos juicios: «Es que a los tipos no les importa más que ellos, nosotras tenemos que tragarnos todo solas, y ellos te traen un perfumito probablemente pagado con mi tarjeta. Si ese es mi hijo qué puedo esperar de un extraño». Son válidas todas las expresiones de desahogo, pero las importantes son: «¿Acaso mi hijo es adivino, acaso a este ser no lo he criado y formado yo?, ¿No será que yo, con mi poder y perfección le he cerrado esa puerta, lo he apabullado en su expresión de amor e intimidad?». Estas sí son reflexiones que sirven para comenzar caminos, para acercamientos; las demás son expresiones que nos dejan tirados en los atajos de la soledad y la autocompasión.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga