Los momentos difíciles, y a la vez ricos en oportunidades, están marcados por una característica intrínseca en cada uno de ellos: lo frágil de todo.

Una de las grandes lecciones que he recibido en esta «segunda mitad de mi vida», se trata de entender que nada, pero absolutamente nada importante es sólido, ni mucho menos da garantías de perpetuidad. Eso, si bien da miedo, nos pone en un movimiento de lentitud, de alerta, de amor, que redunda en una calidad de estancia bien sea en el amor, en la relación, en un trabajo, en buena salud, en estabilidad y lo que más nos aterra: en el «estar vivos».

El otro día un amigo me comentaba que su compañía lo iba a trasladar, durante seis meses, a realizar un trabajo con una muy buena remuneración, ascenso y bonos extra, y que cuando llegó a comentárselo a su señora, ésta se opuso, y no ha dejado de estar en desacuerdo con su decisión. Mi amigo me decía: «Yo no la imaginaba tan insegura, se lo he dicho, llevamos dieciocho años juntos amándonos, ese amor está más que seguro, así que ¿por qué esa actitud? Te juro que estoy desconcertado». Cuando me le quedé mirando, en silencio, me preguntó que qué me pasaba, y le contesté que me extrañaba que él no se hubiera detenido más en la proposición, en lo que ponía en riesgo, en los seis meses, en ciento ochenta y tres días alejado de su relación; que me parecía bien que aceptara, pero era una ligereza que él no se detuviera allí y diera por sentado que el amor ya estaba asegurado. Eso no es más que soberbia, que nos aleja y nos vuelve irresponsables. Si bien es cierto que una relación de esa data tiene terrenos trabajados y puntos fuertes ¿acaso es sólido el amor? ¿El tiempo te pone a salvo de algo o de alguien? Asimismo con la salud, el dinero, el éxito, la fama, la vida.

Todo, sin excepción, tiene la fragilidad como soporte. Entiendo que esto no es fácil captarlo en una cultura desbocada y urgente; lamentablemente lo sabemos quienes hemos perdido todo en segundos, o a quienes nos han dejado de amar sin causa aparente, o quienes nos acostamos pletóricos de salud y amanecemos en un hospital, todo esto tiene que ver con esa cosa frágil, blandita y maravillosa de la que está hecho lo importante.

Cuando mi médico me pregunta que cómo me siento, le contesto que muy bien, y él agrega: «Entonces estás listo para enfermarte» Él entiende, sin duda, la fragilidad de la vida.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga