Cuando nos proponemos una ciudadanía efectiva, cuando despertamos a una necesidad real de emparejarnos, de darle estructura y formas concretas a mi vida, surge la necesidad de la adultez. Es difícil e ilusorio, por ejemplo, vivir una ciudadanía desde lo infantil o desde lo adolescente, así mismo, enfrentar un conflicto, o simplemente formar familia; lo triste es que nos quedaríamos asombrados cómo éstas posturas minan lo más humano y crecedor en nosotros.

Lo infantil es aquello que no sabe de lo adulto, es lo que nos tenemos que aguantar para seguir ciegamente a los que se supone saben; es también la sensación de que con sólo gritar o quejarme algo o alguien vendrá a rescatarnos, y harán por nosotros lo que hemos sido incapaces de hacer nosotros mismos. Es la sensación de invisibilidad, de poca claridad que asumimos ante lo que nos corresponde, es la huída como forma de vivir y la inconsciencia de límites, tanto míos como de otros.

En esta definición cabe destacar al niño bueno, aquel que fue criado bajo el temor de decir, expresar, disentir; pasando por debajo de la mesa, y tragando grueso, para luego vivir la ilusión de que todos lo quieran y hablen bien de él. O por antítesis, el llamado niño malo, aquel que necesita hacerse notar, para quien un no funciona como una orden para actuar, destruir, gritar o burlarse de los otros. El que disfruta violando las normas y es incapaz de asumir responsabilidad por nada.

Llevemos esto a la ciudadanía: personas inconscientes, que prefieren mantenerse al margen para que otros hagan, que les da alergia las reuniones de condominio o de padres y representantes, que se callan para no molestar, ni meterse en problemas.. Si lo llevamos a la pareja, son parejas cómodas, superficiales, que viven de una apariencia de «la casita feliz», que no se plantean riesgos, crisis, o situaciones límite, porque les aterra lo que pasaría después.

En ellas, se cumple con las convenciones sociales, pero sin mayores preguntas ni reflexiones. Aquí, se refugian los anestesiados emocionales y aquellos que no hurgan, para no entrar en zonas dolorosas.

Es perfecto, aquí, inventarse tesis virginales y muy poco humanas de espiritualidad, armonía, antiestrés que respaldaría esa actitud anónima y cómoda de vivir.

Seguiré luego con esta reflexión que tan de cerca nos pude tocar.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga