La adultez parte de un contemplar al mundo y sus sombras, sin buscar borrarlas o escapar de ellas. Es la conciencia de que crecimos y que nos corresponde afrontar cosas, disentir y encontrar caminos propios, en los cuales nos sintamos bien, sin atropellar a otros. El adulto no busca facilitarse la vida, no busca atajos, simplemente asume su papel e intenta transformar lo que acontece. ¿Imaginan una ciudad habitadas por ciudadanos adultos, en la que cada uno se dedique a identificar lo que no funciona y, enfrentar, canalizar y darle seguimiento a ese problema hasta ver la solución? ¿Podrían imaginar una familia, donde lo que ocurra pudiera ser un motivo de unión, reflexión y manos a la obra de todos los involucrados? ¿Acaso una pareja donde la meta sea amarse en la comodidad de expresar con libertad lo que sentimos, sabiendo de los cambios del amor, sus dificultades y de lo cíclico de éste?

Todo esto no es un cuento de hadas, ni un bálsamo para ingenuos, es simplemente la posibilidad de asumir a ese ser adulto que pone «manos a la obra» en aquello que NOS TOCA, siempre que nos sepamos parte de un todo, y entendamos que si modificamos algo, todo se modifica.

Esa, a veces incómoda, capacidad de dar el frente, de hacerse presente, de decir lo necesario, aunque a muchos no les guste. Todo esto, sin necesidad de que medie la mala educación, el escándalo o la pataleta, pues éstos, son rasgos infantiles.

¿Cree usted que en nuestro país, darían un servicio tan mediocre, obviarían políticos y gobernantes sus responsabilidades hacia el ciudadano, se burlarían del usuario; si tuvieran como respuesta a un adulto que reclama, que da el frente y que no se quebranta en lo que sabe que le toca?

Las respuestas típicas infantiles son: «Esto no tiene remedio». «Será que lo me voy y lo dejo así, yo ya no puedo». «Esto se ha vuelto imposible». «Hasta cuando perder tiempo en esas reuniones donde no se llega a nada». Y las acciones típicas son: terminar una relación por un mensajito telefónico, esconderse para no responder o pagar, irse bravo del restaurant y no reclamar, criticar sin actuar, buscar atajos que faciliten mi apuro, mi debilidad o mi falta de paciencia, etc.

Creo que ahora, más que nunca, una ciudadanía de primera, podría crear tierra fértil para sacar a nuestros adultos de dentro, y recordar que un país no lo hacen sus gobernantes, sino la gente que vive en él.

¡A ventilar nuestra adultez!

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga