Una amiga, en una reunión, me contaba que una de las sedes principales de la compañía donde labora estaba en Quito, Ecuador, y que viajaba frecuentemente, y me decía: -«Me impresiona lo mucho que ha cambiado Quito, lo bella y humana que se ha vuelto; y hasta Guayaquil, ahora es una ciudad portuaria, bella, limpia y elegante». Así, cada uno de los cinco en la mesa, comentaban su asombro ante los cambios favorables de Lima, Santiago de Chile, ni que hablar de Bogotá y Medellín en Colombia, y alguien agregó: -«Yo que con esta empresa me la paso en un avión, me he quedado asombrado de lo linda de la Paz, y cuanto más voy, mejor y más bella la encuentro». De pronto, nos abrigó un silencio, y la necesidad de un sorbo de bebida para aceptar lo que se caía de maduro: -«¿Y Caracas, y los nueve años de gobierno municipal, y la basura, y la fealdad, y el mal gusto, y la desidia, y la indigencia, y la inseguridad que nos obliga a refugiarnos en los Centros Comerciales, porque los espacios están tomados, porque nos quedamos confinados a uno o dos municipios que mal que bien responden a esa intrahistoria diaria del ciudadano, o quizás del contribuyente?».

Escribir es una responsabilidad, y no me puedo quedar callado ante lo que está a la vista, lo que padecemos; así nos hagamos los locos, y «pensemos positivo», eso no sirve, si no comenzamos por tocar las fibras más sensibles del que habita en este, otrora, bellísimo valle.

Quizás es que los caraqueños nos anestesiamos, y vivimos en aquella repetición silente: -«Es que la vaina no es fácil, hay que esperar», o simplemente es que ya nos encandilamos de tantos rojos, azules y amarillos, que se nos olvidaron los olores nauseabundos, o nos resignamos a que nuestros hijos jueguen entre los vidrios, la podredumbre y la basura.

Puedo estar equivocado, es válido, y lo acepto, pero, a ratos, despierto y lo que veo me golpea el corazón, y creo en estos alientos que se vuelven gritos. Este fracaso, podría traducirse en nombres, en funcionarios, en colores, pero no, esto tiene que ver también contigo y conmigo que habitamos en esta Odalisca (la ciudad) rendida a los pies del sultán (el cerro Avila) enamorado, en versos de Pérez Bonalde, porque hoy, creo que ella, de tan rendida, agoniza y hasta el sultán se quedó deprimido de tan solitario.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga