Un día aprendí que hay seres que no levantan polvo, que caminan con cuidado, pero que dejan tales huellas, que se siembran en el alma colectiva y sólo las vivimos con un «bajar la cabeza» en muestra de regocijo y admiración.

Nunca he tenido la oportunidad de conocer al maestro José Antonio Abreu, confieso que no sé nada de música, ni nací con talentos para el desempeño musical, pero sí conozco algo del quehacer humano, dados los años en mi oficio, y desde esa tribuna se alza mi voz, mi aplauso, mi admiración por ese ser de pensamientos altos y de voz suave, de sueños trascendentes y de mirada tímida, de hacer constante y de enaltecer lo que toca.

Luego ya de veinte años de este sueño, somos testigos de una realidad que se materializa a diario, en el violín de ese niño pescador, o en la flauta de un llanerito que ensaya apartado bajo un árbol, dejándole al paisaje rumores de tierra nueva; y que se engalana de pasión, en cada presentación de las múltiples orquestas de esta red de amor que sí une, que sí tolera, que sí incluye a todos los venezolanos.

Si algún extranjero me preguntara cómo son los venezolanos, me bastaría mostrarle un video de alguna orquesta infantil o juvenil y, seguramente, él me preguntaría: ¿Son músicos ustedes? Y le contestaría que no; somos sueños, pasión, posibilidad, somos notas que tocan corazones.

Sabemos lo tortuoso de hacer cultura en nuestro país, de pelear presupuestos, de mendigar respeto, de exigir un espacio de trabajo; usted, su equipo, ese ruido transformado en sonido de miles y miles de instrumentos, no se han detenido en limitaciones, han saltado los obstáculos y hoy brillan con luz propia, demostrando que son más que un color, un pensamiento o una idea, son orquestas que en las diversidades geográficas, económicas, políticas, culturales, han encontrado una pasión común y una misión de trascendencia que, como un faro, les iluminará en cada despertar, con el entusiasmo de tomar un instrumento y hacer posible el milagro de la alegría.

Gracias maestro Abreu, porque en esta Venezuela que se nos ha vuelto ruidosa, difícil e incierta, basta para saber que usted sigue caminando sin estruendos, ni protagonismos, sólo con su alma grande en la que se lee: ¡Venezuela!

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga