Si observo a una dama con un niño en un aparatoso coche, intentando con dificultad bajar unas escaleras, puedo ayudarla. Si, en cambio, veo a mi hermana en una gran tristeza porque terminó con su novio, puedo apoyarla, pero ayudarla no, puesto que entiendo que es un proceso que sólo ella puede vivir, y que lo único que puedo es hacerle sentir mi presencia y disposición.
Cuando el ser terapeuta o aprender de cosas terapéuticas está de moda, es importante tener muy claro estos dos términos, y usarlos con conciencia. Recuerden que esto viene muchas veces de un legítimo deseo de ayudar, pero revela casi siempre una reticencia a meterse en sus propios procesos, así parece que es más sencilla la vida de los otros, y se ganan indulgencias sin poner en juego el mundo emocional y las propias dificultades.
El apoyo parte del hecho de saber y confiar que el otro puede, quizás con torpeza, lentamente, pero puede. Aquí sabemos que no podemos hacer más, y que de poco vale tratar de llevarle al lomo, porque todo eso es suyo. Cabe destacar que aquél que apoya y ayuda, es a quien le corresponde trazar lo límites, para que no se transforme en abuso, o en adicción. Los límites, en estos casos, son líneas muy finas que hay que manejar con cuidado.
Hay que estar muy claro en el cuánto, cómo y en qué circunstancias está suscrito el apoyo o la ayuda. Por ejemplo, a la referida señora del coche poco le podré ayudar si yo soy víctima, en ese momento, de un dolor lumbar, y ese es mi límite real que adquiere validez, independientemente de mi acción.
Cuando ayudamos desde el heroísmo, siempre tendremos que estar dispuestos, haciendo cualquier grandeza que nos sobrepase para luego vivir el mal trago del desagradecimiento; o simplemente buscar hacernos indispensables en la vida de otro para que nunca nos deje, ¡qué triste!
Es importante que la ayuda siempre debe ser pedida, y el apoyo ofrecido. De lo contrario, pasaríamos a invadir los procesos ajenos. La ayuda implica acciones, tareas, etc. El apoyo es más presencia, pensamiento, disponibilidad, siempre desde lo humano. Recordemos las instrucciones de seguridad aérea en los vuelos: «Si lleva a un niño o anciano, primero póngase usted la máscara o chaleco, una vez colocada, ayude al niño o anciano». Esto no es egoísmo, es responsabilidad.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga