La analista griega Stassinopoulos es enfática cuando afirma: «El amor es algo cíclico. Uno se enamora, se desenamora, te desagrada estar con él, después quieres matarlo, no sabes qué hacer con él y después lo amas de nuevo. No tenemos que amar a la pareja todos los días. El amor pasa por estaciones, como todo lo demás. Ningún ser humano puede amar al otro igual todos los días…»

Nosotros, seres tropicales de dos estaciones no muy marcadas, nos cuesta digerir esto, y generamos unas exigencias con nosotros mismos, y con los otros, realmente inhumanas. los sensores de nuestros radares afectivos son realmente sensibles, y cualquier cambio drástico es motivo de drama y de ubicar la salida de emergencia, a ver si corremos, nos sacan o sacamos al otro.

Cuán difícil resulta que un paciente viva su invierno, y hasta llegue a disfrutar de ese lado «blandito» de sí mismo, donde hay fertilidad y nuevas posibilidades. Vivir en lugares de cuatro estaciones significa cambiar ropero, colores, hábitos, sentir distinto. Ese panorama cambiante es también una oportunidad para encuevarse, no sólo adentro de casa, sino dentro de uno, de abrigarse, de buscar esa cercanía que el verano no exige, además con la promesa de una próxima primavera, donde los colores aparecen y premian el trabajo invernal.

Si bien nosotros no contamos con esa referencia cíclica, la naturaleza interna nos la regala, por eso no podemos estar ni sentirnos todos los días igual, tampoco amar, ni siquiera percibir las cosas de la misma forma.

Hace poco me encontré un amigo de primaria que era, para la época, un buen compinche. Nos alegramos al reencontrarnos e intercambiamos teléfonos; él me llamó días después para invitarme a unos toros coleados; realmente, y así se lo expresé con respeto, esa no es una actividad que me agrada. Él lo aceptó pero aparentemente se molestó y me dijo: «Pana, sí has cambiado, nos veremos en la vía, pensaba que seguías siendo el mismo». Imagínense si en casi treinta años me voy a quedar igual… Aceptar el movimiento, y lo distinto, nos acerca a la vida siempre.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga