Quizás este término nos dé terror, no sólo por lo incierto, sino porque es el miedo a éste, lo que nos mantiene permanentemente en espacios artificiales, aturdidos de ruido, labores y siempre con ansiedad por llenar esos espacios que no entendemos muy bien, y que siempre amenazan por hacerse visibles. Si comprobamos la poca tolerancia que, como seres de esta cultura, tenemos para observar o vivir: una repisa, un mueble, una gaveta vacía, sin que se apodere de nosotros una ansiedad casi incontrolable por llenarla, por ponerle algo, por sentirla nuestra, sólo si está llena de cosas nuestras; podríamos ver la correspondencia con la dificultad a vivir los muchos vacíos internos que la vida nos detona, a partir de los duelos constantes.

Esta es la dificultad que mantenemos en torno a los cierres de ciclo, a entender que cuando algo pierdo, algo necesariamente gano, y viceversa. A ver el espacio sombrío que todo muestra, y poder entonces, abrazar ese aterrador vacío que nos pondrá en un invierno nada agradable, pero muy fértil para nuestro desarrollo psíquico y humano. Por todo esto, si entendemos que podríamos negociar el cambiar nuestra ansiedad de llenar, por la importante tarea de abrazar ese vacío, encontraríamos caminos que en la velocidad de la ansiedad, no vemos.

Si cuando tengo miedo, hago el esfuerzo de reconocerlo y abrazarme a él, hasta pasar la tormenta de la ansiedad por cambiarlo, seguramente éste, me dirá algo, o al menos, reconoceré el tamaño y la composición de mi miedo, tristeza, rabia, etc. Esto, nada fácil, me va haciendo dueño de lo que siento, y por ende de lo que expreso. ¿Y no se trata de eso la madurez? Son ritos de iniciación, de los que cuestan, de los que no tenemos referencias cercanas, pero de los que salimos inevitablemente crecidos y con una parcela ganada de nosotros mismos. Rosa María, me contaba, a propósito de su preñez que estaba indecisa; ella había visto a su hermana parir naturalmente, y vio el dolor que pasó, pero, a la vez, el milagro del nacimiento, pero ahora ella, quiere el milagro pero no el dolor; y la entendí, esa es nuestra negociación, pero no puede ser tan caprichosa, lo único que le expresé era que lo sintiera, y cualquier decisión sería válida, siempre que viera el duelo del ambas opciones, en una hay milagro pero dolor, en la otra se minimiza el dolor, pero el ritual milagroso también. He ahí el dilema.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga