El otro día, camino al consultorio, me tocó presenciar un choque de dos carros, el chocado, no sin razón, se bajó indignado, a ver el daño, mientras el chocador hacía lo mismo, cabizbajo y queriendo, me imagino por su actitud, que la tierra se lo tragara. El agraviado, en tono altanero le reclamó el suceso, a lo que el otro, lo miró a los ojos, y sin perder la calma, con voz firme, dijo:- «¡Epa!, baja el tono, te lo juro, yo no te estaba persiguiendo, no fue a propósito».

Este suceso me recordó una de las reglas básicas para negociar: NO ASUMIR NADA COMO PERSONAL. Más que para negociar, es una regla de oro para vivir, en una cultura donde siempre asumimos que el equivocado es el otro, y que todo lo que sucede es contra mí.

Tanto, cuando me tocó entrenarme en atención al cliente, como cuando lo hice para negociaciones, en las dos escuelas, esta regla era fundamental. Tú nunca podrás darle buena atención a alguien, pensando que ese ser la tiene cogida contigo, porque eso se convierte en afrenta, ésta en conflicto, y allí tiene que salir un ganador y un perdedor. Así que la atención, y/o la negociación, como arte, se van al traste.

Me confieso tener mucho resquemor a la «falsa humildad», llámese a esas poses que mostramos, donde el mundo es malo, yo muy bueno, y por ende, yo víctima de todo. Eso, para mí, es una gran soberbia disfrazada que termina dañándolo todo. Es común que tanto en correos, como en entrevistas personales, surja aquello de: -«No sé qué hacer, porque yo soy una muy buena persona, pero vine con imán para la envidia, y todo el mundo me perjudica y me difama». Pensar así, es propio de gente altamente ineficaz, que encuentra en esta creencia una forma de seguir fracasando, pero sin poner reparo real, porque para ellas, se tendrían que mudar de país, o volver a nacer, para poder triunfar en la vida. Y si eso no es soberbia, ¿de qué se trata entonces? A todas ellas, les viene bien el primero de los cuatro acuerdos del chamán mexicano, el Dr. Miguel Ruíz: NADA ES PERSONAL.

No cabe duda de que sí hay un número de cosas hechas a propósito y muy claramente personales, pero éstas vienen francas, e implican una invitación a la batalla que podemos aceptar o no, pero son tan notorias que llevan el sello de lo personal.

Detenernos en lo que nos sucede, en lo que acusamos, en lo que sentimos, con un criterio humano y claro, nos permitirá soltar cargas pesadísimas que no eran personales.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga