En días pasados, me reuní con un grupo de buenos y antiguos amigos, por esas cosas no planificadas, todos estábamos sin nuestra pareja, lo que permitió conversar de ciertas intimidades e infidencias que no salen con facilidad ante la pareja. Luego de algunos tragos, y en la calidez de la noche, llegó el infaltable tema invitado: el amor.
Una amiga, dijo en tono algo trasnochado: -«Es extraño, pero una nunca termina con el gran amor de su vida- al darse cuenta del peso de su afirmación, recogió y continuó- ojo que yo amo a mi pareja muchísimo, imagínense, ocho años juntos, pero definitivamente, mi GRAN AMOR fue otro- se percató de la curiosidad de todos y siguió- el mío lo conocí a los catorce años, era un alumno de papá de la universidad, fue su preparador, y tenía veintiséis. Un día, lloviendo, mi mamá de viaje y yo no me podía venir del colegio; mi padre le pidió que me buscara en el carro, así, muy tímida yo, muy sonriente él, de pronto, detuvo el vehículo, me miró a los ojos y me dijo con unos labios carnosos, unos dientes blanquísimos y unos ojos color miel; que yo era la mujer más hermosa que había visto nunca, y me estampó un beso, que todavía, al recordarlo, me estremezco. Así, seguimos besándonos furtivamente, tocándonos apasionados, yo soñaba con él, su llegada a mi casa era lo más importante para mí, hasta que se graduó, y el día del acto, pasó por mi casa a despedirse y a agradecerle a papá. Cuando lo acompañé afuera, me confesó que a la semana, se iba del país becado, pero que no se iba sólo, él tenía cinco años comprometido con una compañera y se casarían. Yo sentí que me apuñaleaban, y les juro que esa historia se quedó así, lo único que hoy en día sé, es que vive en los Estados Unidos, y que tiene tres chamos».
Todos nos quedamos impactados por tan emotiva confesión, y pescando en nuestro «libro de vida» la nuestra, para contarla, y rascarnos en ese estéril despecho por «lo que pudo haber sido y no fue». Hasta que se paró otra de las amigas y rasgó la atmósfera con el fino bisturí de la sensatez, y dijo:
-«Claro amiguita, todos andamos en esa paja, viendo a esos inconclusos que, como apenas los conocimos, como no se calaron lo duro de nosotros, ni nosotros lo de ellos, aparecen como príncipes o princesas encantados. Quienes sí son los amores de la vida, son esos y esas que hoy no vinieron, y que se han calado lo duro de la relación y lo difícil de nosotros, así que un brindis por ellos».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga