La vida nos impone siempre regresar, quizás para quienes, en una necesidad apolínea de vivir, sólo entienden la vida hacia delante, ésto se convierta en un duro paso del proceso, pero nos guste o no, retornar es importante. En el regreso está el cierre, la evaluación, ese «tempo» que el alma requiere para enchufarse de nuevo a esa realidad que, de tan cotidiana, se nos hace invisible.

En días pasados, llegué de un inolvidable viaje por Europa y Asia, dieciocho días contínuos: aviones, trenes, lanchas, barcos, funiculares, globos aerostáticos, auto pullman, vans, cruceros y hasta una desdichada mula en la isla griega Santorini que casi acaba con mi fe y mi respeto por todos los animales.

Ya, el día diecisiete, se siente el alma atraída por la vuelta, el cuerpo extraña nuestra cama, los hábitos, los afectos, sin embargo una cena en un piso quince, en Atenas, nos regalaba una espléndida vista del Parthenón iluminado, era ese un motivo para quedarse raptado por ese mundo antiguo, que de sólo verlo, provoca arrodillarse y dar gracias a Dios por tal regalo a los ojos, al espíritu, al recuerdo; y quedarse ahí para siempre, en aquella contemplación mágica que significa un retorno al mundo ancestral que se mantiene latente en nuestras vísceras, y que nos empuja a imaginar y sentir cosas inexplicables, sólo manifestadas por una lágrima furtiva que brota y que se queda allí para dar fe de lo que es inmemorial y sagrado en nosotros.

Pero es inevitable el regreso, ya en un viaje donde el cuerpo sale de su relajado pasaje, y entra en conciencia de las huellas propias: molestias musculares, cansancio acumulado, comidas desordenadas. Hasta que llegamos, pero nunca completos. Es increíble como llega nuestra parte más operativa, la que se inserta de inmediato en la rutina: ¿qué hay que hacer mañana? Pero siguen días donde las otras partes, las más rebeldes, las negadas a lo mismo, se quedaron pegadas de una imagen, un buen vino, un olor a aceitunas frescas o simplemente a una contemplación sagrada en los templos visitados. Poco a poco, irán retornando, algo tristes por sacarlas de lo sublime, pero serán ellas quienes integrarán lo verdaderamente trascendente de este viaje, de todos los viajes de la vida, éste, a otros paisajes, y otras culturas, otros, a nuestras partes desconocidas donde también nos desintegramos, y regresamos, por partes, a la rutina, hasta que llegan todas y así, nos regalan esa sensación eterna en el alma.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga