Quizás sea éste otro sustantivo de muchos significados. Sin embargo, el más manoseado es aquella capacidad humana, poco común, de ponerse en los zapatos del otro. Creo que es aquí cuando se nos va de las manos.

Es importante reflexionar acerca de con qué recursos nos acercamos a la «empatía con el otro», ¿Acaso será esto un proceso mental, el crearnos un personaje que no somos; será entender algo que no pasa por nosotros?

Aquí las definiciones se vuelven agua, es poco probable que vivamos aquello que no sentimos. Lo único que nos acercará a este noble sustantivo es lo emocional; lo sentido se hace universal por el hecho de sentirlo y expresarlo. Quienes lo presenciamos entramos en ese resbaladizo campo emocional y algo nos suena a parecido, a cercano, a vivido, allí aparece la compasión, que une en el sentir: «Yo he sentido eso, y sé cuánto y cómo duele».

Ana es una amiga divorciada que, cuando su único hijo varón entró en los trece años, no salía del tema de lo indolente, desordenado, rebelde y desafiante del chamo; ella era la víctima que había tocado todas las instancias: psicológicas, comunicativas, manipuladoras y hasta esotéricas, sin éxito ninguno. Un día la llamé para algo de trabajo y la noté relajada, el tema del adolescente no apareció; esa misma semana me la encontré en un cumpleaños y, ante tanto relax, le pregunté si se había enamorado y de cómo andaba la situación con su hijo. Me dijo: «es que ocurrió algo inesperado; un día me llaman del colegio para avisarme que no había ido a clases, yo me reventé llamándolo por el celular y nada; cuando llegué a casa y lo vi en la sala, algo en mí se detonó y me senté en el piso a llorar. Lo único que decía era que no podía más, que lo quería, pero que no tenía fuerzas para seguir.

El me miró y algo se conmovió y me abrazó como nunca, y lloramos mucho; de eso hace un mes y te juro que muy bien él y muy bien yo». Allí, desde una emoción auténtica, sin visos manipuladores ni dramáticos, había conectado la compasión en su hijo. Quizás porque él tampoco podía más con todo, y encontró, en la verdad emocional de su madre, su propio sentir. Así, sí es posible ponerme en los zapatos del otro y ser compasivo, entendiendo esto como esa conexión sagrada desde el sentir.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga