Todas las profesiones que tienen que ver con la ayuda, el apoyo, hacia «el bienestar», bien sea este: social, corporal, psicológico, educativo o filantrópico; tienen que estar muy despiertos a que el poder no transforme la acción noble, en algo de muy poco movimiento y ninguna real transformación para quien solicita nuestros servicios y para nosotros que lo damos.

Una afable y cariñosa atención no es suficiente, cuando no somos capaces de escuchar, en lugar a oír, de observar, en lugar a ver, de que eso que se me muestra toque algo, así sea duro, en mí; porque de no ocurrir esta resonancia humana, la acción queda en un diagnóstico que libra al médico de lo sucedido, libra al paciente de responsabilidad alguna y todo recae en el tratamiento farmacológico, rematando esto con un pronóstico estadístico, que libera al médico de la situación, atemoriza al paciente y lo induce a una acción automática, casi siempre seca y poco sensible.

¿Y de qué se trata, de no diagnosticar o pronosticar? No, el paciente va también en busca de ello, se trata de que en ese encuentro se muevan en ambos (paciente y médico) sus sanadores, y una vez despierto éste en el paciente, haga su parte, conjuntamente con el fármaco.

Así, es fundamental que el terapeuta deseche su idea de: «yo estoy sano, ellos enfermos». Porque aparte de ser una gran mentira, no activa ni mueve nada en sí mismo que permita entrar en proceso, y crecer en ello, sabiendo poco y sintiendo mucho. Lo mismo el trabajador social; no basta el reporte de lo que debería ser óptimo y socializante, es más importante lo que nos mueve, nos sensibiliza, y desde allí activar el movimiento posible hacia una nueva manera de mirarse y mirar su mundo, en la familia o el individuo a trabajar.

Cuando, en nuestra noble labor de iluminar caminos de bienestar para otros, nos salimos del verdadero objetivo y nos encumbramos desde nuestros conocimientos e ideales, perdemos la verdadera y milagrosa misión real de nuestro ejercicio que consiste en es ese contacto único con alguien que sufre una realidad que quizás yo, de alguna forma, me he negado a conectar en mí, y que por otra parte, también la padezco.

Esto va también con enfermeras, laboratoristas, odontólogos, fisioterapeutas, maestros etc. En mi caso he aprendido, como conferencista que una charla mía tiene sentido para mí, cuando me mueve cosas, cuando me vibra, cuando al terminar el aplauso, algo en se queda en reflexión, de lo contrario, me ganó el poder.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga