Apuros, corredera, compras, fiestas, compromisos, regalos olvidados, visitas, gastos inusitados, comer, beber, adornar, celebrar, recordar, brindar, entusiasmo, stress, cansancio, mala digestión, kilos, luces, música, baile; palabras éstas que definen, en mucho, nuestras navidades. Y, salvo algún contratiempo, se repiten, quizás con algunos imperceptibles detalles diferentes. Por lo demás, ya el quince de Noviembre, entramos en una vorágine que parece no tuviera fin, y que ya nos supiéramos sus ritmos y compases.

¿Son lindas las navidades? Depende cómo las vivamos, cuánto de nuestro ser entra en esa vorágine.

En mi caso, entro al igual que muchos en la locura, y les confieso mi particular hastío, ya no por estas fiestas que tocan cosas bonitas en mí, sino ese deambular cumpliendo con los demás, el comprar por comprar y ese comer ansioso que te recibe siempre igual: «Cómete una hallaca de mi mamá que son ¡lo máximo!», y ese recibir el regalo que no esperábamos, y sentir que hay que desesperar al amanecer para correr a retribuirlo.

Mi abuela, en paz descanse, desde que éramos niños, cada vez que intentábamos planificar algo distinto, desde un paseo a la playa, hasta irnos a casa de otras familias, saltaba diciéndonos con voz intensa y amorosa: -«¡Quizás éstas sean mis últimas navidades, así que si me quieren, dejen de inventar cosas raras!» Y todavía luego de diez años de muerta, pareciera que hay algo que nos convoca a todos a la mesa de nochebuena, a oír los mismos cuentos, las mismas anécdotas y a brindar por los ausentes que siempre se agrega alguien a la lista. Comer, beber, repartir los regalos y salir apipados de comida, medio prendidos, como quien dijera al acostarse: -«Esto como que ya lo he vivido otras veces». Y allí comienza, como siempre, la ilusión y la supuesta decisión de que el próximo año me largo, así sea para el interior del país; plan éste que se desinfla cuando aparece la idea de mi abuela, ahora actuada por cualquiera: -«¿Y si es la última navidad?» Entonces la historia se vuelve a tejer, con: hallacas, compras, regalos, vorágine y muchas luces intermitentes. Resignación que terminará cuando, de regreso a mi casa el veinticinco, me vuelva a hacer el propósito de hacerlo distinto.

Amigos y consecuentes lectores, vivan su navidad como la quieran, pero permitan que algo en ustedes, se ilumine realmente. Que Dios los bendiga y…

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga