En esta lucha por ser buenos, o por buscar ser justos, nos involucramos en hazañas que terminan o en frustración o en sensación de abuso. Ligia me contaba en consulta el «tortazo» que se había dado por querer arreglarle la vida a una prima a quien, con tres hijos, la había abandonado su marido. Luego de la viudez de mi paciente, su prima se esmeró en servirle de compañía y desahogo incondicional, lo que puso a Ligia en deuda y a pensar en cómo sacar a aquella buena mujer de la estrechez económica en que vivía, sustentada en una escueta pensión y en la venta de tortas y dulces.
Entonces mi paciente, toda una heroína solitaria y con una profesión lucrativa, puso manos a la obra en su buena acción, tal como acostumbramos cuando nos cuesta entrar en nuestra propia vida y vemos más fácil meternos en la de los demás. Así que pagó el traspaso de un restaurante pequeño, cerca de la casa de ambas, pidió un préstamo bancario y, emocionada, le dio la sorpresa a su amiga, llevándola engañada al local y entregándole las llaves del mismo en un acto ante amigos y familiares. La ganadora no paraba de llorar y agradecía desconcertada. Mi paciente, al día siguiente, se ausentó del país por trabajo.
Regresó luego de diez días, encontrando el negocio cerrado a la una de la tarde, lo que la obligó a llamar a su prima, quien le contestó: «Hola Ligia, lo que pasa es que me resulta muy incómodo estar ahí, entre empleados, clientes y con un horario esclavizante, así que me tomaré mi tiempo. Mientras tanto, sigo aquí desde mi casa».
A la heroína esto le cayó malísimo. En consulta la estimulé a hablar claro y salir de la indignación que sentía. Entonces la llamó y le dijo: «Amiga, yo tengo mucho que agradecerte, y por eso me metí en compromisos económicos para que tengas un respaldo para ti y tus hijos, pero me arrecha que ni siquiera lo enfrentes, y me hagas sentir como una estúpida. No es fácil que alguien, sin pedírselo, haga lo que yo hice por ti». Ante el tono dominante y las razones esgrimidas, hubo un largo silencio, hasta que la amiga respondió: «Sí Ligia, y te lo agradezco, pero nunca te pedí nada de esto, tú ni siquiera me consultaste si éste era mi sueño así que, de buenas a primeras, me metiste en tremendo compromiso que no sé si quería o quiero».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga