La Navidad pasada en un encuentro con amigos, se prendió el tema de la libertad; de quién era más libre, si el casado, el concubino, o el solo; de quién adquiría libertad, y a través de qué. Pero al contrario de las muchas conversas sabrosas de estas fechas sociales, se me quedó en el alma el tema, y lo dejé en remojo, a ver qué encontraba, digno de compartirlo con ustedes.

Quizás nuestras definiciones más comunes de libertad se traducen como aquella capacidad de hacer lo que quieras y cuando quieras, y esta definición no es más que una malcriadez, una anarquía, o simplemente una forma infantil de verla. Si ese fuera nuestro concepto personal de ser libres, pasaríamos una vida sintiéndonos caer presos, producto de la insensatez de pensar que me puedo llevar por delante todo en base a mi necesidad de liberarme.

Por todo esto, más allá de las libertades colectivas, dignamente conquistadas y resguardadas de desmanes del poder o de la autoridad, la libertad individual pasa por otros matices, menos claros pero más contundentes. Quizás la capacidad de sentir y expresarlo, de pensar y decir, sea un claro criterio de libertad, pero, a cierta edad, estamos claros que estas libertades terminan dejándonos solos y con el corazón aporreado, porque, seguramente, cada vez que intentamos ser libres nos cayeron luego las respectivas culpas por llevarnos por delante las lealtades a otros.

Entonces, y apoyando este concepto de libertad individual, hay que advertir que se lleva mucho por delante cuando lo aplicamos. A propósito de mi remojo, recibí por Internet la historia de un hombre a quien en Brasil sentenciaron a prisión debido a una confusión que le llevó a estar seis años en un duro recinto penal. Cuenta el reo, sin dar sus datos personales, que al principio se trata de un «caer en cuenta» que estás preso y que ahí vas a pasar un buen tiempo, el segundo paso es aceptar tu rabia, luego tu dolor y por último o de primero, tu miedo. Y al final, decidir qué vas a hacer con esto. De eso se trata la historia, pero de eso también se trata la libertad, por lo menos lo que he llegado a comprender de ella.

La mayor de las libertades que nos brinda estar vivos no es cambiar lo que nos sucede, de eso no tenemos control; menos hacer lo que nos dé la gana, lamentablemente somos seres tribales y estamos unidos a otros por la necesidad de amor. Lo que sí es un regalo de libertad es decidir qué haré con esto que me sucede.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga