A propósito del catorce de Febrero, día de la amistad y del amor recibí, cosa que agradezco, lindos escritos que revisé con atención. Uno de ellos decía: «Un amigo es ese hombro seguro cuando no puedes más con tu cruz, es quien nunca modula un no como respuesta ante un pedido, es quien está contigo aunque tú mismo te hayas olvidado de ti. Gracias amigo por haber sido eso para mí». ¿Quéeeeeeee? No puedo, ni quiero, ser eso para nadie, es demasiado compromiso, demasiado peso.
Pareciera que ganarse el título de «amigo» en la vida de alguien, significara dejar de tener vida propia y pelearse por cargar cualquier «cruz» de alguien. Significa no expresar una negativa, y menos tener razones propias. Me niego, y bajo ninguna circunstancia aspiro a ser eso en la vida de nadie, y que nadie lo sea en la mía. Y hago la salvedad de que me encanta la amistad, y la disfruto a plenitud.
Otro decía: Carlos, tú que siempre estás ahí cuando nadie responde, que tu mirada amiga es mi mejor cobijo en las noches de frío; gracias por ser ese mástil en medio de la dura tempestad. Y todo esto con imágenes de tormenta marina y de un perrito protegiendo a un gatico en la lluvia. El adverbio siempre, les confieso, me genera una alergia muy particular, porque es una fórmula para eternizar una conducta y dejarnos presos en ella.
Revisando a mis amigos, y quizás el errado sea yo, sólo pienso en ese sentimiento que algunos logran inspirar en mí (a veces mutuo), y que implica una comodidad para expresar, estar, compartir, vivir cosas, y hasta pelear. Y esto, pocas veces tiene intencionalidad, sino que se da o no se da, no importa lo que se haga.
Dentro de ese marco afectivo y cómodo surcaremos la vida compartiendo, dándole calor, tiempo y calidad a ese sentimiento o, simplemente, dejándolo ahí. Y nunca olvidando que el otro es un ser humano, con una vida, con errores y circunstancias. Que puede equivocarse, decir no y de vez en cuando mandar mi cruz al mismísimo carajo.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga