En el año noventa y ocho escribí un libro con este título; hoy, diez años después, con la cabeza gacha y cargado de agradecimiento, reflexiono su título. ¿Es realmente la felicidad un derecho, un estado, una forma de vivir, algo que se pelea, o qué rayos es?

Es como el arroz, o el plátano para los maracuchos, pega con todo, y siempre se acepta; con la paz, con la seguridad, con la estabilidad, con la alegría, con el amor, con la pasión, con el éxito, etc. Pero lo que sí es importante es que es un concepto activo, y que su sola mención provoca movimiento y fuerza.

La felicidad, al igual que la riqueza, el éxito y hasta el amor; tiene expresiones muy individuales; lo que para algunos es, para otros ni de broma, así que lo primero es ver y comprobar qué es para mí, y seguir esa fuerza, hasta que remonte nuestra parte más importante, la humana.

Cuando la felicidad se nos esconde y se nos hace difícil verle la faz, es probable que nos volvamos filántropos, facilitadotes, terapeutas, ayudadores o cualquiera de estos oficios donde la recompensa es la sonrisa del otro, muchas veces porque la nuestra se nos muestra esquiva, desfigurada y meternos en ella nos resulta escabroso y difícil; por lo tanto, facilitarla en el otro es corroborarla en nosotros y erigirnos como héroes de ella, mientras nos quedamos guindados de una sensación poco concreta de nuestros propios caminos. Claro, el hecho de ejercer estos oficios que conllevan a la felicidad como expresión de encuentro, conciencia, responsabilidad, entendimiento, posibilidad, seguridad etc.; no implica necesariamente que quienes los oficiemos estemos presos en lo oscuro, pero es más común de lo que me gustaría; sin desmerecer lo hermoso de la labor.

Su lado oscuro es la infelicidad, y la entiendo más como algo no explorado, no ganado, que como dolor o tristeza. Y creo que, como en cada parte luminosa de la vida, sólo nos lleva a ella el atravesar el dolor, vivir lo difícil, lo que no entendemos. Es como quien se está ahogando y logra sobreponerse: valorará esa primera bocanada de aire con un éxtasis pocas veces experimentado. Y luego de tocado, lo saboreamos, lo sabemos, y somos capaces de emprender auténticas gestas, rutas y riesgos, para volver a caminar por esos caminos gratificantes y posibles en mí.

Ese derecho a ser felices, como cualquier derecho, tiene deberes que cumplir y formas que adoptar, de lo contrario, se nos vuelve una consigna vacía que nos arrastrará a un vivir sin sentido.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga