En las dinámicas del cambio, y de la vida, nos encontramos con un obstáculo que se nos vuelve difícil: nuestra necesidad de acumular, perpetuar y, por ende, mantenernos en ese borde angustiante, hasta que llega lo indeseado, pero lo que corresponde.

Cuando volteamos a nuestro pasado, podemos confirmar, independiente de nuestras líneas filosóficas e ideológicas, que todo tenía un cosido casi perfecto y, sobre todo, independiente de mí. Y de todo esto podemos disfrutar, sólo cuando nos atrevemos a soltar.

Soltar no es dar la espalda, tampoco volvernos irresponsables, menos dejar que otros actúen, y muchísimo menos tiene que ver con la pasividad. Al igual que el rendirnos, tiene que ver con esa fortaleza interna que sólo nos aporta la certeza de que algo entra sólo cuando algo sale. En esta cultura ansiosa, individualista y muy acumulativa, el soltar se nos vuelve muy difícil, dificultando el cambio y generándonos daño y dolor. ¿Qué hacen los bomberos cuando una puerta se tranca? Tienen que violarla, derribarla, utilizar la fuerza, dejándola inservible, o muy magullada. Así nos sucede en la vida, cuando nos negamos a dejar salir algo para que lo otro entre, lo que entra termina siendo una amenaza terrible, y el tráfico de la vida se paraliza, obligando a nuestras partes más sabias a ejecutar por la fuerza, causándonos, irremediablemente, dolor.

El año pasado un paciente llegó, recomendado por alguien a quien quiero mucho, para una sola consulta, para que le sugiriera algo puntual frente a esta situación: «Estoy actualmente con dos mujeres, las amo profundamente, y en esto llevo cuatro años, estoy agotado y creo que mi ser me pide formalizarme y definirme, porque ninguna sabe de la otra. Pero las dos llenan cosas fundamentales y quiero que me ayudes a tomar una sabia decisión». Yo no salía de mi asombro escuchar a un hombre de treinta y cinco años en semejante dislate, y esperando que yo, suerte de mago, hiciera por él, lo que a él le tocaba.

Ejemplos como éstos abundan, y pareciera que vienen llenos de nobleza, y lo que esconden es irresponsabilidad, conductas infantiles y un gran narcisismo, todo producto de esa necesidad de acumular, y de perpetuarnos en lo conquistado.

Confiemos en la vida y en su natural devenir, entendamos que algo entra en el puesto que le corresponde, sólo cuando de nosotros sale algo, de lo contrario, se aglomera, y crea caos.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga