Este clamor se dispara cuando nos sentimos injustamente tratados por acontecimientos de los que somos víctimas, a los cuales no les hallamos razón ni creemos que respondan a aquello de la «ley de causa y efecto». Es como preguntarse: ¿Por qué le ocurren cosas malas a personas buenas? En principio, siempre es bueno revisar nuestros criterios de clasificación de lo bueno y lo malo.
¿Hay cosas realmente malas, y hay cosas buenas?, ¿será un criterio de facilidad, de menos dolor, de mayor rapidez?, ¿y si en lo difícil estuviera la gracia, o en el dolor ese despertar de una aletargada desconexión emocional, o si no era el tiempo para nosotros, y se prepara una mejor oportunidad? Entiendo que no somos dueños de ninguna verdad exacta, pero sería oportuno dejar esas preguntas en el aire no sin antes vivir la rabia o el dolor que corresponde a que se desinflen nuestros mejores globos.
Hoy en día creo que la vida no es, para nada, inoportuna: lo que nos llega es porque es el momento; por eso nadie está ni en el sitio equivocado, ni con la persona equivocada, lo inoportuno es nuestra ansiedad y nuestros empecinamientos, que nos vuelven tercos y obstinados.
En mi caso personal, siempre recuerdo una anécdota de cuando yo iba al Poliedro a ver algún concierto y me preguntaba cuándo sería el día que yo convoque esta cantidad de gente a escucharme. Era la voz de mi ego, de mi ansiedad. En 1.998 me tocó una conferencia y bautizo de mi libro El Derecho a la Felicidad, en el Forum de Valencia. Sabía que la taquilla estaba agotada, pero cuando me toco salir del camerino, subir a la tarima y ver a diez mil personas aplaudiendo, le di gracias a Dios por haberme hecho esperar para estar preparado para aquella multitud.
Y allí te reconcilias con la vida, porque entiendes que: «hay algo perfecto que se mueve». ¿Era malo que se hubiera retrasado más de seis años aquella experiencia, era malo que me hubiera fogueado con públicos menos numerosos, era malo que siguiera trabajando en mí? Por eso el vivir nos va enseñando a desapegarnos de los fines y enamorarnos de los procesos, ahí puede estar la clave.
Entiendo que hay experiencias muy dolorosas, y hasta trágicas, pero en ellas también se esconde un tesoro que dependerá de si lo salimos a encontrar o no, en este crucero que llamamos vida.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga