Una joven, a propósito de un artículo acerca de la felicidad, me escribió un sensible correo que, creo, resume la visión de muchos acerca del destino que nos toca vivir.

La chica, de treinta años, me contaba que ha sido diabética desde muy niña, que en ciertos períodos ha sido víctima de convulsiones, y que si bien sus trastornos están médicamente controlados, ¿Cómo se podía plantear «la felicidad» si tenía el fantasma de una vida controlada por medicamentos y cuidados? Ella remataba diciendo que había seres que, como ella, no podían hablar de felicidad, ni de realización, pues sería injusto pensar, con tal cuadro, la posibilidad de hacer familia, o realizarse profesionalmente cuando, quizás en lo mejor de la fiesta, era atrapada por un coma diabético o una convulsión.

Lo que me parece es que la amiga, como muchos -padezcan trastornos o no-, tiene una concepción de la vida en blanco o negro. Esto, además de ser limitativo, desdice de lo humano, de aquello con lo que venimos y con lo que tenemos que cargar o transformar.

Partamos de que no es fácil en una cultura donde sólo se emula lo activo, lo sano, lo infalible, venir con ciertos aspectos que nos lanzan constantes cables a tierra, llámese el dolor, la fragilidad, el cuidado; pero aún cuando estemos perfectamente sanos, todos poseemos fantasmas lo suficientemente contundentes para aguarnos la supuesta «fiesta de la vida».

Al fin y al cabo, la vida no es una fiesta; puede que en el vivir halla algunos eventos festivos, pero en una fiesta no podríamos crecer y nuestro desarrollo sería muy difícil.

Todos venimos con nuestros morrales cargados de cosas tangibles o no, de aspectos «medicados» o no que nos limitan o nos hacen desistir de la lucha por alcanzar sueños de realización. Eso pertenece a lo humano y a los grises de la vida.

Nuestro destino particular, que viene cosido a un destino colectivo, no determina a mi entender, sino que nos proporciona formas de manejar nuestras cargas, y aquí repito una de mis máximas preferidas: el problema no es lo que te suceda, sino lo que hagas con lo que te suceda. Y para esto, tenemos que desechar concepciones virginales o unilaterales del vivir.

Si admiramos el cielo como creación divina, sabemos que cuando estalla en truenos, lluvia, relámpagos y grises, también es la misma manifestación de creación divina, así lo prefiramos limpio y azul.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga