Lo sagrado en cada uno es algo totalmente personal. Para mí, por ejemplo, un sueño que para otro pueda ser una tontería es altamente sagrado.

Estar conciente de aquello importante en mí es no ponerlo en manos de alguien que, independientemente del amor que me tenga, no lo valorará como tal y lo pateará quizás con la más altruista intención, llevándose por el medio nada más y nada menos que al soñador, a mí.

Entrar en la adultez guarda relación con el preservar y proteger aquello que para uno tenga valor, y no dejar que caiga en manos de quienes, por una u otra razón, no muestren respeto, ni consideración por lo nuestro.

Entre los pateadores de cosas sagradas no están comúnmente los extraños; precisamente son personas muy cercanas, cuyo amor es indiscutible, pero que no sintonizan con lo sagrado en uno, bien porque les parece poco importante, o porque los excluye, o porque quizás los amenaza en su amor por nosotros.

Hendrick es un joven de venticuatro años, músico, quien además de talento, le han sonreído las oportunidades para lucirse y ha visto los frutos de su pasión en críticas halagadoras, aplausos contundentes y mucho trabajo dado por músicos de mayor trayectoria y bien posicionados en el medio. Sin embargo, sentado en mi consulta este joven lloraba y decía: «Es que ya no sé qué hacer para que mi papá y mi mamá entiendan que esto es lo mío y que me apasiona.

Él obvia mis comentarios, mis conversaciones profesionales, se irrita, se burla; igual mi madre, quien no pierde oportunidad para decirme que tengo que volver a la universidad a estudiar «algo serio». Total, que este triunfo se me ha hecho amargo».

Sería especular meternos en las razones, válidas o no, de los padres para argumentar lo que hacen, pero es indudable que una pasión, un sueño, es mío, pertenece a mi jardín y soy yo y nadie más quien tiene que cuidarlo y defenderlo, inclusive de mis padres, pareja, hijos, etc.

Parte del crecer de Hendrick es vivir el duelo por la no aceptación de sus padres, lo que no implica sacarlos a ellos de su vida, sino, como buen adulto, marcar su territorio seguro, donde sienta que ama a sus padres como son, pero que no expondrá sus cosas sagradas a quienes no saben o no pueden valorarlas. Esto no es fácil, lo sé, pero genera valor por lo propio.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga