En días pasados leí la intervención del Juez de Menores español Emilio Calatayud, en un encuentro de padres, en una provincia de Sevilla.

El jurista, en un tono franco y cercano, dijo cosas muy interesantes acerca de la relación adolescente-padre-maestro-comunidad. Pero hubo algo que me resonó muchísimo y que quiero exponer hoy.

El juez andaluz terminó diciendo, cuando se refería a los padres y a los derechos de los hijos: «Es que no hay que perder de vista que nuestra generación ha sido esclava de los padres y ahora es esclava de los hijos».

Esta frase viene referida a los dramáticos contrastes, absolutamente carentes de procesos, a los que somos sometidos en nuestras sociedades. Resulta que cuando éramos niños, lo que se enarbolaba, tanto en la escuela como en la casa, eran deberes. Y todos, de alguna manera, llevamos tatuado el verbo DEBER en todos sus tiempos; muy poco oímos hablar de derechos, lo que nos convirtió inevitablemente en una generación rebelde hacia dentro, por lo tanto con mucha indignación y rabia reprimida, pero arropados por el «ser buenos», para lograr la anuencia y la aprobación de los otros.

Eso no terminaba en la infancia ni en la adolescencia, sino que permanece en el tiempo como una forma de encontrar la anhelada condición de sentirnos amados. Todo esto nos ha convertido en seres buenos, pero nada felices y realizados, sobre todo en esas áreas íntimas que trascienden el aplauso colectivo, convirtiéndonos en esclavos de nuestros mayores.

Luego crecemos con la idea de no repetir jamás a nuestros seres amados, pero a veces cayendo inconscientemente en la gran trampa: repetirlos exactamente, pero ahora en un escenario que rápidamente se nos llenó de derechos y se vació flagrantemente de los deberes, dejando al niño y al adolescente manejando su defensa, pero de espalda a sus responsabilidades.

Por lo tanto, pasamos de un deberías a un te lo mereces, generando un hueco muy difícil de superar y dejándonos de nuevo, como padres, en la esclavitud, ahora de nuestros hijos.

Las leyes, normas y regulaciones son puntos de orden no sólo necesarios, sino fundamentales, pero en estos tiempos vertiginosos exigen revisión, mesura y templanza constantes para ayudarnos a salir de la esclavitud y sacar a otros de la anarquía.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga